CARTA A BLAS LÓPEZ CLAPERS

Hola Blas, soy Tomás, ¿me recuerdas? Sitúate. Tu estabas en brazos de María, ... sí, hombre, la hermana mayor de José Ignacio, y Montse, tu mamá, estaba haciendo, a dos metros escasos, lo que mejor saben hacer las mamás, de Ángel de la Guarda de tu hermano Roc, que, inquieto, jugueteaba entre el banco y el reclinatorio, inconsciente del coscorrón que se le avecinaba, o consciente e inconscientemente seguro de que nada iba a pasar porque estaba su Ángel de la Guarda, ... estaba su mamá.
En la Parroquia de San Félix Africano, era el 26 de diciembre de 2.001 y estábamos escuchando la Santa Misa en sufragio del alma del Padre Piulachs, que siempre la celebraba el Padre Alba y este año, por su enfermedad, la celebró el Padre Cano. ¿Me sigues? ¿Conoces a los Padres Cano y Alba? Si tienes dudas, habla con tus padres, ellos conocen bien al P. Cano, y del P. Alba, ...te voy a hablar yo.
En un momento de la predicación, mirándote, me distraje pensando en la grave enfermedad del Padre Alba, que se solapaba con tu nacimiento y tus primeras luces a este mundo.
Ahora que te escribo esta carta tras su muerte, está claro que no lo conocerás, no lo conocerás físicamente, pero sí puedes conocerlo por sus obras, pues tus padres, mi familia y yo, tu hermano Roc y tú mismo, somos frutos de sus obras.
Conocí al Padre Alba hace unos 32 años a través de un amigo común que me habló de los "Nueve Primeros Viernes al Sgdo. Corazón de Jesús" y desde entonces no me he separado de su lado, siempre a una distancia prudencial, para no molestar, pero sin alejarme tanto que no me llegaran todas sus enseñanzas y muestras de cariño. ¡Qué delicadezas y cuánto sentido común para los que nos hemos sentido queridos por él!
Él me enseñó lo que eran las Colonias y Campamentos de Verano, la Adoración Nocturna, los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, la Santa Misa y Comunión diaria, el rezo del Santo Rosario, lecturas y meditaciones, la simple Bendición de la mesa al ir a comer... si no lo hubiera conocido, no sé dónde estaría yo ahora, ni idea.
Él me enseñó a querer a nuestra patria, España, pero una España católica en la que el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo sea una realidad, y olvidarme de pequeñeces como los nacionalismos, que no ven más allá de sus narices.
Él me enseñó a querer como cosa mía al "Colegio Corazón Inmaculado de María", otra de sus obras para mayor Gloria de Dios, donde tus padres se conocieron y nació entre ellos el amor que ha propiciado su matrimonio y posterior nacimiento de tu hermano y el tuyo propio.
Él me enseñó el menos común de los sentidos, el sentido común, la sobriedad al hacer las cosas y el firme convencimiento en las cosas de Dios. Recuerdo el día que le dije que quería ser sacerdote. Íbamos los dos en la "Lambretta", yo agarrado a su cintura, y me dijo que le parecía una excelente idea..., pero que dejara pasar un año y, si seguía pensando igual, hablaríamos en profundidad del tema. Menudo chasco y qué incertidumbre cuando a los tres meses le tenía que decir que creía no tener vocación y me había enamorado de Mª Dolores. Fue mientras se revestía para decir la Santa Misa en el turno de Adoración de Nuestra Señora de Fátima y San Pío X del Tibidabo, y con su sentido común me decía: "Creo que va en serio lo de Mª Dolores, llevad un noviazgo cristiano y respétala mucho, especialmente porque ella no tiene padre". Nos casó en la Basílica de la Merced. Tenemos tres hijos y mi familia ha crecido y se ha forjado a su sombra.
Él me enseñó que había que hacer de la necesidad una virtud.
Él me enseñó a priorizar las cosas de Dios y después todo lo demás, que no siempre he cumplido como debía, pero la teoría me la había dado, fallaba mi flaqueza.
Él me enseñó lo del "SEMPER FIDELIS", a nuestra tradición, a nuestra religión, a nuestros mártires. Blas, si de aquí unos años perseveramos en todo lo que él nos ha dado y enseñado GRATIS, podremos seguir hablando de viva voz del Padre Alba, de un santo que no sé si llegará a serlo oficialmente, pero tus padres y yo sabemos que lo es, porque somos lo que somos gracias a él. Si alguna vez la vida nos lleva por caminos diferentes, si perdemos la pista, si te dicen algún disparate en contra del Padre Alba, no hagas caso. Lo que yo te estoy diciendo, muy escuetamente, porque su obra es inmensa, es estrictamente la verdad.
Él me enseñó a ser mariano e ignaciano. ¿Sabes que nos enseñó a pasear la imagen de la Stma. Virgen por el patio de la casa de Ejercicios mientras rezábamos el Rosario? Después también lo hacíamos por el patio de nuestro Colegio.
Siempre me ha preocupado sobremanera mi perseverancia hasta el final de mis días, para mí y mi familia, y casi siempre me vienen a la cabeza aquellas estrofas de la canción Salve Madre: ..."Mientras mi vida alentare, todo mi amor para Ti. Mas si mi amor te olvidare, Madre mía, Madre mía, mas si mi amor te olvidare, Tú no te olvides de mí". Acuerdate de esta canción, memorízala y, cuando la cantes, recordarás al Padre Alba, el gran enamorado de la Santísima Virgen.
A veces siento una profunda pena por los que, habiéndole conocido, se han alejado. Unos físicamente, otros ideológicamente aún estando cerca todavía. No lo han valorado y ellos se lo han perdido. Pero lo que más me duele es que hijos de esos que se han ido o alejado, que tanto deberían agradecerle, no valoren e incluso desprecien la obra del Padre Alba. ¡¡NO HAN ENTENDIDO NADA!! Que Dios les bendiga, que falta les hace.
Blas, estoy escribiendo la presente en la tarde/noche del 24 de febrero, día del Cenáculo dedicado monográficamente al Padre y, como posiblemente te hayas dormido o distraído, te aseguro que todo sigue igual o..., ¡mejor diría yo! Yo, que llegué a pensar en aquello de "heriré al pastor y dispersaré a sus ovejas"..., pues no, Blas, después de ver a esa juventud tan formada y arropada por los que ya peinamos canas, todo seguirá como decía San Ignacio "Ad Majorem Dei Gloriam".
¿Sabes?, no sé si dormiré de alegría, estoy como un crío la noche de Reyes. Hoy le he dicho al P. Turú que mi familia y yo estaremos siempre a su lado..., y si alguien no lo entiende..., peor para él.

Tomás López Martínez