CARIDAD INFINITA

 Hace unos 17 años que conocí por primera vez al Padre Alba. Fue en una peregrinación a Montserrat. Fui para ver qué tal era aquella asociación, pero sin intención de quedarme. Pero ocurrió lo de siempre, su fuerte personalidad me atrajo tanto hacia sí, que nunca he podido separarme de él.
Os voy a contar una pequeña vivencia con él, ocurrida hace muchos años, en la que se ve claramente lo mucho que el Padre Alba se preocupaba por todos nosotros. Se organizó un viaje a Cuenca en coches particulares para asistir a la toma de hábito de la hermana Eulalia. Así pues, tres chicas del Centro y yo iríamos en mi Seat 127, que era muy antiguo, con mi carnet de conducir recién aprobado y mucha ilusión. Partimos todos en caravana, incluido el Padre Alba, y nada más salir de la Diagonal y coger la autopista, nos perdimos; decidimos entonces continuar y llegar a Cuenca como fuese.
Años después me di cuenta de lo irresponsables que fuimos, sobre todo yo. De las cuatro, sólo yo sabía conducir y no llevaba ni un mapa en la guantera pero, eso sí, mucha alegría e ilusión. Fuimos a parar a Zaragoza, compramos un mapa y trazamos la peor ruta posible para llegar a Cuenca por la serranía. Mientras tanto, el resto de la expedición, muy preocupados, llamaban a Barcelona para ver si alguien sabía algo de nosotras; por supuesto, los móviles no existían. Tuvimos que hacer noche en Priego, pues yo estaba agotada y era muy tarde, pero llegamos gracias a Dios al día siguiente por la mañana a Cuenca.
En el viaje de regreso a Barcelona, el Padre Alba decidió que él iría con nosotras en el 127, que él mismo conduciría y así lo hizo. En Lérida pude convencerlo para que me dejara conducir un rato para que él pudiera descansar, pero al poco rato volvió a quitarme el volante.
Por el caminos, se empeñó en parar para comprar un queso para mis padres, para que no se enfadaran por lo que había ocurrido.
Con esta historia se hace evidente lo mucho que se preocupaba por cada uno de nosotros. No hubo ni un solo reproche por su parte. Al contrario, se hizo responsable de todo lo ocurrido, y estuvo dispuesto a no dejarnos solas ni un momento.
Esta historia no es más que una pequeña muestra de su bondad. Para mí el Padre Alba fue como mi padre, ya que siempre me trató con suma delicadeza. Es más, en confesión yo pensaba muchas veces: ¿Cómo es posible que me trate con tanta delicadeza si, conociendo su fuerte carácter, debía azotarme con un látigo? Sin duda el Padre Alba tenía mucha psicología, sabía cómo tratarnos según nuestro carácter. Sabía bien cómo atraer almas para Cristo.

Susana Vicente