GRATITUD ETERNA

"Esta noche, a las 3 de la mañana, hemos llevado al padre Alba al hospital, pues está muy grave. Recen mucho por él. Antes de llevarlo él se despidió de todos ustedes y me dijo que les dijera: Hasta el cielo" Con estas palabras del P. Turú comenzábamos nuestra tarea escolar el pasado 10 de enero. Al oírlas no pude contener las lágrimas. Salí de clase y me dirigí, como todos los días, a oír la Santa Misa. Durante toda la celebración no pedí otra cosa al Señor, sino la curación de nuestro querido Padre. A cambio, le ofrecía lo que quisiera de mí. Pasado un poco el susto, y consolada después de haber comulgado, me dirigí a clase. Más tarde, a la hora del recreo, el P. Cano nos anunciaba que el Padre estaba agonizando y rezamos todos juntos un Padrenuestro. Nuevas lágrimas brotaron de mis ojos y de todos los que, como yo, amaban tanto al Padre. Al día siguiente, alrededor de las 5 de la tarde, moría santamente nuestro queridísimo Padre. A partir de aquel momento, su cuerpo estuvo velado durante toda la noche hasta la celebración de la Sta. Misa y su posterior entierro. ¡Miles de personas, de toda España, concentradas en la parroquia de Sant Menna para darle el último adiós al Padre! Fue realmente emotivo. La muerte del P. Alba me ha dado mucho que pensar, supongo que igual que a todos vosotros. ¡Se me han pasado tantas cosas por la cabeza...! En especial, recuerdo una conversación con una alumna del Colegio Corazón Inmaculado de María, hace menos de un año... Ella me decía que en la Unión Seglar éramos unos exagerados, que quién era el Padre Alba para hacer o decir esto y lo otro, que a él no le debía nada y que no comprendía nada de lo que hacía. Yo en aquel momento le contesté: "Piensa un momento ... en tantos y tantos santos que en su día no fueron comprendidos por sus contemporáneos y que hoy están sobre los altares" (estoy segura de que fue inspiración divina). Ella, ante tal respuesta, se limitó a decirme que quizás tuviera razón, pero que seguía sin comprenderle. Durante el entierro me fijé, con gran pesar, en que no acudieron algunos jóvenes que conocían bien al Padre, de entre éstos, esta alumna (sus padres eran de la Unión Seglar). Todos estos jóvenes, lo quieran o no, le deben al Padre más que a nadie en este mundo, pues gracias a su gran caridad y sólo por eso, existen hoy. Gracias a que el Padre un día decidió fundar la Unión Seglar de S. Antonio Mª Claret, sus padres se enamoraron y formaron una familia a la que hoy pertenecen, ¿y se atreven a decir que no le deben nada al Padre? ¡¿Nada?! ¡Nada menos que la vida! Igual que yo y la mayoría de los jóvenes de esta "comunidad de amor". Queridos jóvenes de la Unión Seglar, no caigamos en la ligereza de pensar que "el Padre era un exagerado al que no le debemos nada"... Hemos de darnos cuenta de la inmensa gracia de Dios para con nosotros, que hizo cruzar la vida de nuestros padres con la del P. Alba, y por la que hemos nacido en el seno de familias realmente católicas. Ojeando Meridianos de algunos años atrás, he encontrado uno en el que el Padre nos dice: "Otros pueden llevar unos caminos de santificación diferentes a los nuestros desde su llamada a la vida cristiana. Respetémoslos. Pero no son para nosotros. (...) Algunos se lamentan de que somos pocos. Es verdad y ojalá fuéramos miles más. Pero de lo que hoy hace ruido, tal vez después de treinta años, quede menos apariencia. (...) Las minorías –sacerdotales, religiosas o seglares que salgan de entre nosotros serán levadura del nuevo mundo que se aproxima." (Os recomiendo que lo recordéis, Meridiano Católico, año XXIII SEPTIEMBRE, 1998 Nº 231). Hemos de ser fieles a todo aquello que nos ha enseñado el P. Alba en esta gran "familia de familias". Amar a Dios y a España por encima de todo lo demás. No importa que nos critiquen. Tengamos siempre presente el espíritu del Padre, ¿o es que acaso él no fue criticado y perseguido? Y pese a todo, nunca cesó de luchar para conseguir instaurar El reinado social de Cristo en la tierra. Recordemos en todo momento esa máxima tan hermosa que él, con tanto amor, repetía sin cesar: SURSUM CORDA! HABEMUS AD DOMINUM!

María Pilar López Estévez