CRITERIOS PARA ORIENTARSE EN MEDIO DE LA CONFUSIÓN.

VARIACIONES Y NOVEDADES.

Para orientarnos en medio de la confusión, hemos recordado que hay unos puntos fijos, que son las verdades de la fe y los principios morales.

Hay una segunda clase de puntos fijos, aunque no tan inmutables, que son las normas de disciplina vigentes en la Iglesia. No entramos ahora en este campo, del máximo interés, pero sí estimamos oportuno advertir, al paso, que de ciertas normas depende la validez de algunos sacramentos, y que todas protegen a los fieles contra la arbitrariedad y contra la peor de las dictaduras: la de la anarquía.

A los puntos fijos hay que referir las variaciones y las novedades: serán legítimas las que vayan en su dirección; ilegítimas, las desviadas.

Esta zona movediza comprende tres sectores:

1º Las aplicaciones de las verdades o principios permanentes a situaciones o circunstancias nuevas. Así, por ejemplo, la encíclica Populorum progressio aplica a escala del mundo entero las normas tradicionales de la moral social.

La condición de legitimidad es clara: que lo nuevo sea precisamente ejercicio o modo de realizar lo permanente. Un ejemplo familiar: el amor de un padre a sus hijos que es lo permanente puede exigir unas veces mano blanda y otras veces mano severa; las variaciones se justifican si las exige el amor: ni las variaciones ni la fijeza se justificarían si dimanasen de la pereza, la debilidad, la indiferencia, la rigidez, el apasionamiento egoísta...

2º Hay otras novedades que afectan más de cerca a la misma verdad permanente. Manteniendo la adhesión renovada a todas las enseñanzas de la Iglesia, como decía Juan XXIII ante el Concilio, se pueden buscar modos de expresión adecuados, que las hagan inteligibles a los hombres de las varias culturas; es claro que los nuevos modos de expresión serán legítimos sólo si expresan la verdad inmutable sin deformarla. Más aún: cabe un estudio que penetre más íntimamente en la verdad, y que nos puede conducir a un desarrollo orgánico de nuestro propio saber, haciéndonos ver mejor aspectos que antes estaban latentes o menos acentuados, pero que son ingredientes de la misma verdad.

La condición de legitimidad en este caso nos la recuerda el Concilio: que "las cosas nuevas sean coherentes siempre con las antiguas", que haya continuidad entre unas y otras. Los fieles tienen derecho a que se les explique la armonía entre lo nuevo y la verdad ya enseñada: a la manera que, en la unidad del amor de un padre a sus hijos, se concilian armónicamente la mano blanda y la mano severa. Así, por ejemplo, la libertad civil en materia religiosa debe armonizarse, según el Concilio, con "la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de las sociedades en relación con la única Iglesia de Cristo"; el ecumenismo incluye la profesión de la fe pura e íntegra ; la verdad de que todos somos miembros activos de la Iglesia no excluye la verdad de que; estamos incorporados a una comunidad jerarquizada, en la que Cristo confía directamente a algunos el magisterio y la potestad de dirección; la responsabilidad colegial de todos los obispos se subordina a la verdad del primado del sucesor de Pedro; el coloquio de la Iglesia con el mundo y la preocupación por las mejoras temporales han de enraizarse en la única y primordial finalidad religiosa, y por eso, no puede degenerar en menoscabo de la acción misionera; y así podríamos multiplicar los ejemplos.

Si hay progreso, es fruto de la fidelidad: siempre por penetración en la misma verdad, por integración, nunca por sustitución; o lo que es lo mismo, el magisterio de hoy no excluye al magisterio de ayer; si lo hiciera, tendrían razón los que le negasen la confianza al uno y al otro. Un cierto modo excluyente de oponer entre sí el "antes" y el "después" del Concilio no sintoniza con la Iglesia. La suficiencia y aun el desgarro con que algunos se pronuncian denota la osadía de la ignorancia. Y no convendría olvidar que el separar fragmentos de la verdad es lo que constituye literalmente la herejía.

3º Por su misma índole, está mucho más abierto a las variaciones el campo de las fórmulas prácticas, de los procedimientos de acción pastoral.

Buscar nuevas aplicaciones de la verdad permanente a circunstancias nuevas y ahondar en el contenido riquísimo de la verdad requiere estudio: puede haber períodos de indecisión mientras no llegue la determinación del magisterio. Las fórmulas prácticas son discutibles y pueden suscitar división de opiniones, hasta que alguna se convierte en norma.

Ahí estamos en el ámbito de lo indeterminado o lo dudoso y, por tanto, de lo libre. Ámbito de libertad que debe ser respetado, donde el espíritu se mueve por impulsos de persuasión, sin que sea lícito imponerle una dirección única.

En esta perspectiva, debería atenuarse, por ejemplo, la confusión que se ha espesado alrededor de la famosa asamblea conjunta. Me refiero a la confusión que afecta a la postura que debamos tomar ante ella. La confusión informativa, que envuelve aún algunos acontecimientos ruidosos, sólo podría disiparse con una información veraz y completa, de la que estamos privados.

La asamblea fue un medio ordenado a hallar orientaciones para el ministerio sacerdotal. Por sí, no es normativa. Puede contener expresiones que ref lejen la doctrina, leyes u orientaciones de la Iglesia universal. Cada obispo puede asumir alguna de sus propuestas y convertirlas en norma en su propia diócesis, en conformidad con la doctrina y la norma superior. Los obispos reunidos en conferencia nacional pueden aprovecharla para trazarse líneas de valor directivo o indicativo.

Lo que sucede es que, al disponerse a hacerlo, la conferencia ha visto la necesidad de enmendar y precisar las formulaciones de la asamblea, para ponerlas en todo de acuerdo con aquella doctrina y normas superiores de la Iglesia. La Santa Sede, que ha visto también esa necesidad, ha manifestado su confianza en que el episcopado no dejará de remediarla y ha señalado los puntos a que aquél debe dirigir su atención.

¿Qué actitud corresponde a los fieles? Es clara: esperar tranquilamente a que los pastores cumplan su deber y su propósito, según lo desea el Papa. Quien solicite para la asamblea una adhesión que, por otra parte, nadie puede exigir ha de mostrar que la revisión necesaria se ha hecho.

Mientras tanto, es natural que surjan apreciaciones diferentes sobre el grado de acierto o desacierto de la asamblea, sobre las esperanzas que ofrece, etc. Hay partidarios hasta el ditirambo y hay críticos desconfiados. Esto no tiene por qué producir confusión; es una zona de libertad. En esto, como en asuntos análogos, ocurre lo que en la publicidad. Una marca de tabaco debería recomendarse por sus valores intrínsecos. Puede la propaganda lograr mover a algunos compradores por otros motivos (la belleza de la anunciadora, la fuerza sugestiva de la moda...). Pero, ¿qué sucede si alguien no se deja mover? Ciertamente, no sería lícito pretender forzarle o avergonzarle, como si estuviese faltando a la verdad o se opusiese a la autoridad. Porque las sugestiones publicitarias de ningún modo se pueden confundir ni con una ley ni con una

demostración científica. La propaganda no es el magisterio.

Sería muy oportuno que todos recordásemos siempre, especialmente en tiempos de confusión, una gran enseñanza del Concilio Vaticano II. Para que la Iglesia pueda ser ejemplo de unidad ante el mundo, debe cumplir una condición expresada en una vieja máxima: promover en su propio seno "la mutua estima, respeto y concordia... Haya unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso, caridad en todo".

(22 de mayo de 1972.)

José Guerra Campos, obispo