CRISTO Y LAS VERDADES DE LA FE. LA VERDAD Y LA VIDA

Dijimos que el corazón de la Iglesia es Cristo resucitado. Muchos piensan que esta realidad sencilla y hermosa queda oprimida por la carga de los dogmas, o verdades que hay que creer, las normas que hay que cumplir o los ritos y sacramentos que hay que practicar. ¿No bastaría se preguntan una adhesión genérica a Cristo, y llevar con amor nuestra acción en el mundo, libremente programada?

Sienten un recelo especial frente a los contenidos o las verdades de la fe. La preocupación por la ortodoxia (la recta doctrina) les parece un mal, un estorbo para renovar la Iglesia a su gusto. Lo que más pronto han procurado olvidar algunos sectores es el Credo, luminoso y emocionante, que Pablo VI proclamó al término del "año de la fe".

Se alega que lo que importa es la vida, no las ideas. ¡Pero también la verdad es vida!

Lo que pasa es que algunos quisieran aprovechar de la Iglesia solamente aquellas "verdades" que, a su juicio, responden a las solicitaciones o apremios de lo inmediato: las "ideas prácticas" (paz, justicia, fraternidad...) que sean estímulos o factores de la convivencia y del desarrollo.

En esta perspectiva, los dogmas, la oración, los sacramentos, la jerarquía... les parecen poco importantes; a lo más, símbolos o ayudas pedagógicas para las etapas "infantiles" de la humanidad, que pueden cesar cuando ésta se hace adulta, tan cultivada que ya no necesita del culto para ejercer su honradez natural. La iglesia sería poco más que una asociación cultural o educativa, portavoz de sentimientos, de aspiraciones, de criterios de acción, que son patrimonio común de todos los hombres, creyentes o no creyentes.

Conviene advertir que, según esto, la Iglesia no daría más verdad que la cultura humana, lo cual supone que no daría más vida, porque las "ideas" comunes no expresan sino lo que los hombres podemos pensar o hacer por nosotros mismos.

Aceptemos el principio: lo que importa es la vida. Pero, ¿quién nos da esa plenitud de vida que deseamos y necesitamos? ¿Quién nos revela y comunica el amor del Padre, nos hace hijos, transfigura nuestro vivir temporal por el amor y la esperanza, nos conduce a la victoria sobre el pecado, el dolor y la muerte? ¡Cristo! No son unas "ideas"; es Él, con su persona y por su acción (por lo que es y lo que hace), quien nos da la vida. Y por esto, lo que importa ante todo es una realidad viviente.

Pero, a más vida, más verdad. Verdad y vida son inseparables. Las verdades de la fe la doctrina católica son una expresión de esta realidad viviente, una dimensión de esta vida nueva: nos dicen lo que Cristo es y lo que Cristo hace. El Credo, toda profesión legítima de fe, está muy lejos de constituir un sistema de ideas frías y abstractas; es una historia de una acción salvadora, que parte de la vida eterna de Dios y nos conduce a nuestra propia vida eterna por el camino del Hijo de Dios incorporado a la historia, hombre, hijo de María, hermano nuestro, cabeza de una humanidad reconciliada, Señor del universo.

Nada de ideas frías. Se trata de una comunicación cálida: en la memoria, en la presencia y en la esperanza. De ahí les viene su vitalidad a las llamadas "ideas prácticas". Un huérfano puede tener muchas ideas sobre la maternidad, pero no conoce a su madre. ¿Nos va a molestar este conocimiento como si fuese una carga? Es un conocimiento entrañado en la comunicación vital y en el amor. Por eso Jesús ha dicho: "Ésta es ‘la vida eterna: que te conozcan a Ti, Padre..., y a tu enviado, Jesucristo".

Y por eso, la Iglesia es mucho más que una asociación educativa; es una familia en la que se nos da y alimenta la vida superior.

No es buen cristiano el que no ama las verdades de la fe. La doctrina es vital. El que desprecia la doctrina en nombre de la vida, desprecia a Cristo y su propia vida. Tenemos hoy un ejemplo bien tierno y emocionante: comienza el mes de mayo; los dogmas de la Inmaculada, de la maternidad divina, de la Asunción gloriosa ¿son acaso abstracciones? ¿O nos acercan más bien a alguien, que es de verdad Madre, que nos acompaña como hermana, como modelo de una vida cristiana perfecta, como realización anticipada de todo lo que esperamos?

Los testigos fundamentales de la verdad, los que nos dicen lo que es Cristo y lo que Cristo hace, son los Apóstoles. Por amor a la vida guardamos fidelidad gozosa a las verdades de fe que ellos nos han legado como un "depósito" viviente, cuya custodia y exposición han sido confiadas a quienes continúan a los Apóstoles en la Iglesia. El depósito no es un lastre: es vida y razón de esperanza.

El Papa, sin cesar, nos urge a que mantengamos fielmente este depósito, para vivir de él. ¿Obtiene el Papa toda la colaboración que ha pedido y la que tiene derecho a esperar, especialmente de los más obligados (los sacerdotes e incluso los obispos)?

Es un depósito que hay que guardar entero. Sin recortes. Sin selecciones caprichosas, al estilo del dicho clásico: "Yo soy católico como el que más, pero no creo en el infierno, en la virginidad de María, en la resurrección de la carne..." Por este camino llegaríamos a no creer sino lo que a nosotros se nos ocurra; no lo que Cristo dice. Y así se desvanece la palabra de Dios, se divinizan nuestras propias ideas, y puede suceder que nos quedemos sin verdad y sin vida.

Quizá alguno diga, sin embargo, que sería conveniente reducirnos todos a las ideas comunes de la humanidad, si no por razón de la vida, sí apelando, por ejemplo, a la humildad (¿no está mal presumir de poseer la verdad?), al respeto a la libertad, al amor a la unidad entre los hombres.

Hablaremos de ello en otra ocasión.

(1 de mayo de 1972 )

José Guerra Campos , obispo