ASPECTOS TEOLÓGICOS DE LA CONQUISTA DEL ESPACIO

Introducción

Sentido y límites del saber teológico

Cuando me invitaron a participar en este ciclo, dije que la conquista del espacio, por lo que hasta ahora sabemos, no presenta cuestiones teológicas especiales, que añadan algo nuevo a lo que, ya antes de ahora, se pregunta la Teología sobre el universo.

Lo que en realidad solicita la atención del teólogo son hipótesis sobre situaciones hipotéticas. Pero también se le ofrece y esto es más importante la oportunidad de aclarar posibles equívocos.

Hablamos de "aspectos teológicos"... Pero, ¿qué es el aspecto teológico? No una prolongación en la línea de la investigación astronómica, mecánica, fisiológica, jurídica. Lo teológico concierne a la relación de las cosas, según todos sus aspectos, con Dios.

En efecto, la ciencia "natural" describe el comportamiento de las cosas, inducido de la experiencia, en cuanto es mensurable y se expresa en forma matemática. Por eso, en gran parte, se atiene a los aspectos cuantitativos de los fenómenos. Presupone el dato metafísico de la "realidad sustantiva", y supone también que la realidad "no observada" funciona matemáticamente, esto es, con regularidad automática. Suposición acertada, que se confirma las veces (relativamente pocas) que se puede comprobar. (Aunque no cabe desconocer que hay científicos penetrantes que no se atreven a decidir si estamos ante un automatismo radical, o uno meramente estadístico, que recubriría una actividad de orden "psíquico"...) La "ciencia", pues, se mueve en el orden de la legalidad natural, al menos fenoménica.

La Teología estudia la subordinación de lo "natural" al Poder personal (inteligente, libre).

El enlace de los dos órdenes parece oscuro. El científico sabe que su ciencia es en gran parte descriptiva, fenoménica, autolimitada; su método no sirve para descubrir el sentido último, la verdadera ontología. Pero el hábito de la especialización concentrada en el estudio de la legalidad induce a veces a pensar o a suponer que el sentido último tiene que ser prolongación del funcionamiento legal automático: todo evento resultaría "fatalmente" de fuerzas sometidas a leyes necesarias y universales. Se resbala así hacia una visión monista o panteísta, que, aun si escapa del burdo materialismo, parece excluir al Dios Personal. Se tiende a diluir la "Persona" en el "Todo".

Este desorbitamiento suele ser excitado por una reacción contra el "personalismo antropomórfico,": la visión mágica, la de las religiones populares (paganas) o animistas, la tendencia a "animar" los astros y a tenerlos por deidades... Cunde la impresión de que el avance de la ciencia (descubridora de leyes) equivale al retroceso de esa mentalidad personificadora. Recuerden la cita de Platón dada por el doctor Domínguez: "La ciencia decía hace ver que los astros son cuerpos físicos; lo cual podría ser considerado por el pueblo como impiedad".

No será inútil anotar que esa mentalidad es pagana; no judaica ni cristiana. La primera página del Génesis (tan extraña a más de un científico, por su sencillez popular), contiene como lección fundamental la de despersonalizar (desdivinizar) a los astros: éstos no son más que creaturas instrumentales, inferiores al hombre, sin valor ninguno propio en comparación con Dios Creador.

Según el pensamiento teológico, en Dios se da precisamente la conjunción de lo Universal~Necesario y lo Personal o Libre, en El convergen y se unifican de raíz los dos órdenes, el "legal" y el "personal".

Esa conjunción es, hasta cierto grado, empírica: pues aparece en el hombre mismo. Este muestra dos vertientes (la de la biología "automática", la de la inteligencia, libertad, anhelos infinitos), irreductibles entre sí; pero además insuprimibles, pues ambas tanto la visión legalista como la personalista son experimentales. En rigor, la prioridad empírica corresponde a lo subjetivo y lo personal! Con todo, hay un hábito mental que tiende a extraverterse y objetivar; al generalizar su método legalista",recae en una metafísica que, tanto en su forma de racionalismo como de positivismo, formula como esquema del Universo un sistema objetivo de leyes universales y necesarias, donde la "Persona" no encaja, o se diluye como un ingrediente indiferenciado de la totalidad; o bien, furtivamente, el sujeto queda fuera, como un espectador inexplicado e inexplicable.

La filosofía reciente, por fidelidad a lo empírico', reclama atención hacia la perspectiva "personal"; y así apunta en la dirección de la fe. Piénsese también en la visión evolucionista de Teilhard de Chardin, que trata de mostrar desde la ciencia cómo la persona es el foco de convergencia del universo físicopsíquico. Hay que reconocer, sin embargo, que, aunque las dos vertientes parezcan indisolubles y como fundidas en misteriosa unidad, no vemos bien cómo se integran; el análisis tropieza con una yuxtaposición o paralelismo. De ahí, en muchos hombres, cierta tensión bipolar entre los dos enfoques, el de una razón extravertida y objetivante y el de la fe. Mas todo intento de reducir la tensión anulando uno de los dos polos lleva a negar al hombre.

Por eso la "Ciencia" no apaga la "angustia" del hombre, sino que la aumenta. La respuesta sólo puede venir de la Teología. La Teología no trata sólo de "Dios en sí"; también, necesariamente, de Dios como causa y fin; ella inquiere cómo, por la fuerza personal de Dios, puedo yo no ser víctima de la ley fatal, y participar en la supremacia de Dios. ¡El misterio de Dios tiene por correlativo al misterio experimental de la persona humana! Esta aparece simultáneamente implicada en las leyes universales y trascendente a las mismas. Sin relación finalista con Dios, el hombre sería mero epifenómeno del Todo fatal.

En cuanto al Espacio, la información que apcrta la Teología es muy escasa.

Porque su Método, lo mismo que el de las ciencias tiene un punto de apoyo en la experiencia. La ciencia natural parte de la experiencia común, repetible, en cuanto es mensurable. La Teología atiende, desde luego, a la misma experiencia (y de modo especial a la experiencia interior, a veces singular) en busca de su sentido y trascendencia causal, pero, la experiencia básica de la teología cristiana es una manifestación histórica (personal) de Dios: que nos orienta hacia la participación en su Vida, mas no nos explica la estructura o funcionamiento de las cosas. No satisface curiosidades; fomenta la confianza y la adhesión personal.

En consecuencia, la Teología nunca se ha interesado mucho por la Astronomía, si bien muchos teólogos se ocuparon de este saber. Verdad es que la Astronomía no carece de interés, religioso: la contemplación de una grandeza desbordante nos hace sentir mejor nuestra limitación y la necesidad de Dios... "Caeli enarrant gloriara DeC... Mas que la totalidad esencial de ese interés religioso se concentra en cualquier cosa. No hay por qué esperar nada esencialmente nuevo en el orden religioso, y por lo que atañe al sentido último del Universo por la vía de una exploración de lejanías espaciales. Ya el doctor Domínguez señaló que el orden natural es tan apreciable aquí en la Tierra como en los astros. Lo, divino no estará más cerca en cosas lejanas que en las próximas, pues al mismo tiempo las trasciende y las penetra todas.

Dar primacía a los astros, para comunicar con Dios, podría reflejar una actitud idolátrica, o ser una ilusión "espacial" e imaginativa. Es igual buscar a Dios en la dispersión de lo grandioso y macrocósmico que en la concentración de lo microcósmico. Puede ser por igual una pesquisa fecunda o estéril y descorazonadora; una aventura banal, de mera distracción, o un descubrimiento renovador: según que percibamos la realidad profunda que asoma a la superficie fenoménica de cualquier cosa.... o nos detengamos en la superficie misma.

Eliminemos, de entrada, un estorbo perjudicial: ¿No están la Revelación y la Teología, al menos la medieval, atadas a la concepción física antigua del Universo?

Esta concepción fue utilizada, naturalmente, en sus fórmulas expresivas, pero sin ligamen intrínseco. Bastaría

traer aquí el famoso pasaje de Santo Tomás en que sugiere que las apariencias celestes acaso podrían ser interpretadas de otro modo: "Forte secundum aliquem alium modum, nondum ab hominib,us comprehensum, apparentia circa stellas salvantur" (De caelo et mundo, lect. 17). Con este criterio perfectamente científico Santo Tomás ha desligado su teología de la relatividad inherente a todas las observaciones fenoménicas. (Es lastimoso ver cómo algunos pseudohistoriadores, manipulando materiales de segunda mano y sin conocer las fuentes, deforman a veces el pensamiento medieval.)

Según anunciamos al principio, lo que más interesa al teólogo en relación con la investigación espacial es el adecuado planteamiento de ciertas cuestiones, que han suscitado ya curiosidad, y el discernimiento de equívocos más o menos vulgares. Unas y otros pueden disponerse en torno a tres núcleos: 1 ) los referentes al encuentro del hombre con habitantes de otros astros; 2) la conexión religiosa de Dios con los "Cielos"; 3) el "Cielo", como habitación de nuestra vida futura.

¿HABITANTES EXTRATERRESTRES?

1. Se trata de seres orgánicos y racionales.

La ciencia teológica no sabe si existen o no.

La Revelación no los excluye. Hay quienes ven una alusión a ellos en las fórmulas que expresan la supremacía de Dios o bien la exaltación de Cristo Resucitado al señorío universal. Por ejemplo, según la carta a los Filipenses, Dios dispuso que in nomine Jesu omne genu llectatur caelestium, terrestrium et infernorum: que doblen la rodilla todos los seres celestes, terrestres y subterráneos. Es un modo expresivo derivado de la obvia compartimentación del Universo en tres planos, con el de la Tierra en medio, que corresponde a una arcaica imagen oriental judaica del mundo.

Pero fórmulas genéricas, corno la citada, ¿se refieren a seres encarnados, a semejanza del hombre? ¿Se refieren a espíritus? ¿Se refieren a la totalidad de las cosas, sin más determinaciones? La Revelación de la Escritura no parece afirmar formalmente la existencia de los habitantes extraterrestres.

2. Muchos han creído en la posibilidad o realidad de mundos habitados. Nadie con más entusiasmo que el astrónomo C. Flaramarion, quien reseña complacido la lista de creyentes. El mismo recuerda que David Fabricius, en el siglo XVII, "pretendía haber visto con sus propios ojos habitantes en la Luna"; y que Pedro Borel, consejero del rey de Francia, en un tratado inédito investiga sobre "el medio por el cual se podría descubrir la verdad pura de la pluralidad de mundos", a saber la navegación aérea y la observación aerostática.

Flammarion opina que la idea de la pluralidad de mundos habitados es innata en el hombre. Describe elocuentemente la creencia íntima que brota al contemplar de noche el cielo estrellado:

«Para conocer el origen de esta admirable doctrina, y para saber a qué mortal debemos esta maravillosa concepción de la inteligencia humana, bastará trasladarnos con el pensamiento a esas noches espléndidas en las que el alma, sola con la naturaleza, medita, pensativa y silenciosa, bajo la inmensa cúpula del estrellado cielo. Allí mil astros perdidos en las regiones lejanas del espacio derraman sobre la tierra una dulce claridad que nos manifiesta el verdadero lugar que ocupamos en el universo; allí, la idea del infinito que nos rodea, nos separa de toda agitación terrestre y nos arrastra sin saberlo a esas vastas regiones inaccesibles a la debilidad de nuestros sentidos. Absortos en un vago fantaseo, contemplamos esas perlas centelleantes que tiemblan en el azul melancólico, seguimos a esas estrellas pasajeras que surcan de cuando en cuando las etéreas llanuras, y alejándonos con ellas en la inmensidad, erramos de mundo en mundo por el infinito, de los cielos. Pero la admiración que excita en nosotros la escena más conmovedora del espectáculo de la naturaleza se transforma al punto en un pensamiento de indefinible tristeza, porque nos consideramos extraños a esos mundos donde reina una aparente soledad, y que no pueden producir en nosotros la impresión inmediata por la cual la vida nos une a la Tierra. Ellos despiertan un pensamiento de lo infinito que es una fuente de melancolía al mismo tiempo que un raudal de purísimos goces; ciérnense ellos allá arriba como moradas que aguardan en silencio y cumplen lejos de nosotros el ciclo de su vida desconocida; ellos atraen nuestros pensamientos como un abismo, pero reservan la clave de su enigma indescifrable. Contempladores oscuros de un universo tan grande y tan misterioso, sentimos interiormente la necesidad de poblar esos globos en apariencia olvidados por la vida, y sobre sus playas eternamente desiertas y silenciosas buscamos miradas que respondan a las nuestras; bien así como un esforzado, navegante exploró largo tiempo en sueños los desiertos del océano, buscando la tierra que le había sido revelada, penetrando con sus miradas de águila las distancias más dilatadas, y salvando audazmente los límites del mundo conocido, para abordar al fin a las llanuras inmensas donde el Nuevo Mundo se asentaba desde períodos seculares. Su ensueño se realizó. Despréndase el nuestro del misterio que lo envuelve todavía, y sobre el bajel del pensamiento subiremos a los cielos en busca de otras tierras».

Flammarion advierte: "La mayor parte de los filósofos... (los partidarios de la pluralidad de mundos habitados) admiten simplemente la posibilidad de la existencia de otros mundos..., pero sin afirmar por esto su realidad. Es un paso añade que no podía darse antes que hubiese brillado la antorcha de las ciencias modernas".

La ciencia actual no cree poseer esa antorcha. La de Flammarion era endeble cuando sostenía condiciones de habitabilidad en otros astros; aunque con la observación valiosa de que condiciones diferentes permiten formas diferentes de vida, de modo que el equivalente del hombre sería allí, no obstante posibles diferencias, la culminación de la correspondiente vida animal.

En realidad, el paso de la "habitabilidad" a la habitación no lo da Flammarion por razones de ciencia positiva, sino por consideraciones "platónicas", no desatinadas. Según él, la pluralidad hace entrever la solución a tina aporía: la de la inconciliabilidad entre la Perfección de Dios y la bajeza de la humanidad terrestre, Como en la naturaleza explica todo se ordena según leyes seriales, y el plan de la Creación abarca una amplísima jerarquía de seres, nuestra raza estará en uno de los grados inferiores; y no se puede juzgar la Creación toda por la Tierra, como no se puede juzgar un coro de Palestrina por notas sueltas.

Atribuye Flammarion a la doctrina de la pluralidad una trascendencia salvadora, Es, en su sentir, la parte viva de la ciencia astronómica; nos enseña lo que somos relativamente al conjunto de lo creado. Es la filosofía del porvenir. El estudio de las relaciones de nuestra raza con las del espacio fundará la "Religión por la ciencia". Un parentesco universal nos reúne a todos; todos somos hermanos. Ellos, no obstante las diferencias físicas, son hombres que participan de un destino semejante al nuestro. Los varios mundos nos ofrecen varias existencias, de perfección creciente: regiones futuras de nuestra inmortalidad, lugar a que han llegado nuestros padres, y que nosotros habitaremos algún día... "Esta es nuestra fe. Nuestro paraíso es el infinito de los mundos" .

Su entusiasmo se derrama en la conclusión de la obra:

«... Queremos sentir los lazos desconocidos que nos unen a la vida universal de las almas... Sí, nos habéis aparecido en vuestra espléndida vestidura, astros magníficos que resplandecéis en el éter... Hemos conocido mejor la distancia que aleja nuestra raza primitiva de las gloriosas rayas cuya residencia sois... Pero, ¿nos sois tan extrañas como pensamos, oh razas lejanas que seguís con nosotros los variados caminos del cielo?... ¡Oh, no!, ¡no nos sois extrañas, oh blancas estrellas que centelleáis dulcemente durante la noche profunda! Toda alma que se ha dejado extasiar en vuestra contemplación no ha podido librarse del sentimiento de simpatía que se desprende de vuestra mágica mirada... ¡Oh, noche majestuosa!, ¡cuánto mayor se ha hecho tu esplendor ante nuestros ojos desde que hemos vislumbrado la vida bajo tu muerte aparente! ¡Cuán deliciosas se han hecho tus armonías!, ¡cómo se ha transfigurado tu espectáculo ante nuestras almas! ¡Oh, Pléyades lejanas, cuya difusa claridad nos arrebata tan lejos de la Tierra, cuánto me complacía yo en contemplaros en el silencio de la medianoche, complacíame en ver descansar sobre vosotras el enjambre de mis pensamientos, porque sois una estación brillante del infinito de los cielos! Empero, ahora estoy viendo en vuestro múltiple centelleo otros tantos centros donde están reunidas familias humanas; ahora que en ese tan plácido resplandor creo reconocer las miradas de hermanos desconocidos, la mirada quizá de los seres queridos que tanto amé, y que la muerte inexorable ha arrebatado lejos de mí, de ese ser, sobre todo, que voló con la sonrisa en los labios para no dejarme adivinar sus sufrimientos, y que ahora está allí, meditando acaso en algún punto oscuro de una tierra desconocida, recordando con tristeza inexplicable nuestros interrumpidos amores, y buscando como yo miradas perdidas en el cielo... ¡Oh!, ahora os amo yo, Pléyades refulgentes; yo os amo, encantadoras estrellas; yo os amo como el peregrino ama los lugares de su peregrinación, como ama el altar adonde tienden sus votos, y sobre el cual depositará algún día el beso de sus aspiraciones más queridas» (14).

«... No es ya un sentimiento de tristeza el que nos resulta de la contemplación del cielo, sino un sentimiento de felicidad íntima, cuyas huellas quedarán grabadas con un perfume de esperanza. Nos reconocemos como, de la gran familia de los astros, sabemos que esos mundos lejanos no nos son extraños, y que la soledad aparente que los envuelve no es más que una ilusión causada por la distancia... Sabemos que acercándonos a ellos encontraríamos la vida en el esplendor de su fuerza y de su actividad...» (15).

Demasiado optimismo el de estas páginas románticas, si sólo se funda en una especulación de teología natural. La Esperanza fundada en la Revelación no se reduce a ese "traslado a otras tierras. Es una esperanza sobrenatural, que se enraíza en la acción transformadora del Dios Personal, semejante a la realizada ya en la Resurrección de Cristo, meta de la Encarnación Redentora.

3. Ahora, un manojo de cuestiones teológicas, dentro de la hipótesis de otros mundos habitados.

a) Si hubiese en otros astros seres orgánicos espirituales (parecidos o no a los hombres), ¿están sometidos e incorporados a Cristo?

Sí; el Señorío o Reino de Cristo es universal. El Hijo de Dios es único; no algo relativo a la Tierra. Los textos sagrados exaltan su señorío universal, que abarca a los ángeles y todas las creaturas. El plan de Dios es "instaurare omnia in Christo, quae in caelis et quae in terra sunt" (17). "Omnia subjecit sub pedibus eius" Recapitula en Sí, como un Pleroma, todo el Universo. La extensión de su Reino es igual al de Dios.

b) ¿Participan de la Redención de Cristo?

En el aspecto "negativo" (liberación del pecado), no sabemos si han pecado. (Extraña objeción, recordada por Flammarion: si no tienen pecado, estarían exentos de la ley del trabajo, y así no podrían desarrollarse... Pero la ley del trabajo es anterior al pecado; lo que corresponde a éste es la ley del dolor entre los hombres, que estaban eximidos.)

En el sentido de "elevación a vida sobrenatural", tampoco lo sabemos; si bien la noción de Señorío o Reino Universal de Cristo parece incluir una acción vivificadora, y no sólo una jefatura.

c) ¿La Encarnación del Hijo de Dios sería única, en la Tierra, con eficacia sobre el Universo?

Algunos han visto en el simple hecho de la pluralidad de mundos habitados la siguiente objeción: ¿por qué la Tierra, tan insignificante, ha de tener el privilegio de la Encarnación? ¿Puede ser la Tierra centro del Universo moral y religioso, si no lo es, en el Universo físico? Objeción sin sentido. Ignoramos sí la Encarnación es privilegio de la Tierra; pero, en cualquier caso, no vale objetar contra un hecho, sólo porque no sepamos situarlo en un sistema esquemático.

La unicidad de la Encarnación es posible. Y aun parece razonable a quien considere que el Ser sensible, asumido por Dios, tiene que ser, por su naturaleza, algo particularizado en el tiempo y en el espacio. Lo mismo que Cristo Jesús asume como cabeza a toda la Humanidad, siendo El un hombre de Nazaret, que vivió allí hace veinte siglos.

d) ¿Encarnaciones múltiples, en cada uno de los mundos habitados? Posible... En cierto sentido, parecería conveniente: pues uno de los fines de la Encarnación en la Tierra es hacer a Dios visible y en comunicación fraternal con los hombres; de este modo se nos garantiza, frente a la impresión de fatalidad, la personalidad y el amor de Dios; Cristo, habitando entre nosotros, es Revelación viva del amor del Padre, que disipa la ambigüedad de las manifestaciones a través de la naturaleza y del raciocinio. ¿Tal visibilidad de Dios no será conveniente a cualquier creatura racional sensible?

e) Si los habitantes de otros mundos llegaran a comunicarse con nosotros, ¿deberán someterse a la Iglesia?

Si tienen su Encarnación particular, parece que no; pues ésta implica una Iglesia propia.

Si no tienen Encarnación distinta.... no sabemos. Ni la Iglesia lo sabe; su misión, tal como le ha sido! revelada, mira a la Tierra. Pero, en su momento, el Espíritu le desvelará todo el contenido de la Revelación; le hará saber cuál es su misión en situaciones nuevas. La iluminación del Espíritu, prometida por el Señor (21 ), continúa en la historia de la Iglesia: eso sí, referida, siempre a lo ya dicho por Jesús.

Atribuye Flammarion a la doctrina de la pluralidad una trascendencia salvadora, Es, en su sentir, la parte viva de la ciencia astronómica; nos enseña lo que somos relativamente al conjunto de lo creado. Es la filosofía del porvenir. El estudio de las relaciones de nuestra raza con las del espacio fundará la "Religión por la ciencia". Un parentesco universal nos reúne a todos; todos somos hermanos. Ellos, no obstante las diferencias físicas, son hombres que participan de un destino semejante al nuestro. Los varios mundos nos ofrecen varias existencias, de perfección creciente: regiones futuras de nuestra inmortalidad, lugar a que han llegado nuestros padres, y que nosotros habitaremos algún día... "Esta es nuestra fe. Nuestro paraíso es el infinito de los mundos" .

Su entusiasmo se derrama en la conclusión de la obra:

«... Queremos sentir los lazos desconocidos que nos unen a la vida universal de las almas... Sí, nos habéis aparecido en vuestra espléndida vestidura, astros magníficos que resplandecéis en el éter... Hemos conocido mejor la distancia que aleja nuestra raza primitiva de las gloriosas rayas cuya residencia sois... Pero, ¿nos sois tan extrañas como pensamos, oh razas lejanas que seguís con nosotros los variados caminos del cielo?... ¡Oh, no!, ¡no nos sois extrañas, oh blancas estrellas que centelleáis dulcemente durante la noche profunda! Toda alma que se ha dejado extasiar en vuestra contemplación no ha podido librarse del sentimiento de simpatía que se desprende de vuestra mágica mirada... ¡Oh, noche majestuosa!, ¡cuánto mayor se ha hecho tu esplendor ante nuestros ojos desde que hemos vislumbrado la vida bajo tu muerte aparente! ¡Cuán deliciosas se han hecho tus armonías!, ¡cómo se ha transfigurado tu espectáculo ante nuestras almas! ¡Oh, Pléyades lejanas, cuya difusa claridad nos arrebata tan lejos de la Tierra, cuánto me complacía yo en contemplaros en el silencio de la medianoche, complacíame en ver descansar sobre vosotras el enjambre de mis pensamientos, porque sois una estación brillante del infinito de los cielos! Empero, ahora estoy viendo en vuestro múltiple centelleo otros tantos centros donde están reunidas familias humanas; ahora que en ese tan plácido resplandor creo reconocer las miradas de hermanos desconocidos, la mirada quizá de los seres queridos que tanto amé, y que la muerte inexorable ha arrebatado lejos de mí, de ese ser, sobre todo, que voló con la sonrisa en los labios para no dejarme adivinar sus sufrimientos, y que ahora está allí, meditando acaso en algún punto oscuro de una tierra desconocida, recordando con tristeza inexplicable nuestros interrumpidos amores, y buscando como yo miradas perdidas en el cielo... ¡Oh!, ahora os amo yo, Pléyades refulgentes; yo os amo, encantadoras estrellas; yo os amo como el peregrino ama los lugares de su peregrinación, como ama el altar adonde tienden sus votos, y sobre el cual depositará algún día el beso de sus aspiraciones más queridas» (14).

«... No es ya un sentimiento de tristeza el que nos resulta de la contemplación del cielo, sino un sentimiento de felicidad íntima, cuyas huellas quedarán grabadas con un perfume de esperanza. Nos reconocemos como, de la gran familia de los astros, sabemos que esos mundos lejanos no nos son extraños, y que la soledad aparente que los envuelve no es más que una ilusión causada por la distancia... Sabemos que acercándonos a ellos encontraríamos la vida en el esplendor de su fuerza y de su actividad...» (15).

Demasiado optimismo el de estas páginas románticas, si sólo se funda en una especulación de teología natural. La Esperanza fundada en la Revelación no se reduce a ese "traslado a otras tierras. Es una esperanza sobrenatural, que se enraíza en la acción transformadora del Dios Personal, semejante a la realizada ya en la Resurrección de Cristo, meta de la Encarnación Redentora.

3. Ahora, un manojo de cuestiones teológicas, dentro de la hipótesis de otros mundos habitados.

a) Si hubiese en otros astros seres orgánicos espirituales (parecidos o no a los hombres), ¿están sometidos e incorporados a Cristo?

Sí; el Señorío o Reino de Cristo es universal. El Hijo de Dios es único; no algo relativo a la Tierra. Los textos sagrados exaltan su señorío universal, que abarca a los ángeles y todas las creaturas. El plan de Dios es "instaurare omnia in Christo, quae in caelis et quae in terra sunt" (17). "Omnia subjecit sub pedibus eius" Recapitula en Sí, como un Pleroma, todo el Universo. La extensión de su Reino es igual al de Dios.

b) ¿Participan de la Redención de Cristo?

En el aspecto "negativo" (liberación del pecado), no sabemos si han pecado. (Extraña objeción, recordada por Flammarion: si no tienen pecado, estarían exentos de la ley del trabajo, y así no podrían desarrollarse... Pero la ley del trabajo es anterior al pecado; lo que corresponde a éste es la ley del dolor entre los hombres, que estaban eximidos.)

En el sentido de "elevación a vida sobrenatural", tampoco lo sabemos; si bien la noción de Señorío o Reino Universal de Cristo parece incluir una acción vivificadora, y no sólo una jefatura.

c) ¿La Encarnación del Hijo de Dios sería única, en la Tierra, con eficacia sobre el Universo?

Algunos han visto en el simple hecho de la pluralidad de mundos habitados la siguiente objeción: ¿por qué la Tierra, tan insignificante, ha de tener el privilegio de la Encarnación? ¿Puede ser la Tierra centro del Universo moral y religioso, si no lo es, en el Universo físico? Objeción sin sentido. Ignoramos sí la Encarnación es privilegio de la Tierra; pero, en cualquier caso, no vale objetar contra un hecho, sólo porque no sepamos situarlo en un sistema esquemático.

La unicidad de la Encarnación es posible. Y aun parece razonable a quien considere que el Ser sensible, asumido por Dios, tiene que ser, por su naturaleza, algo particularizado en el tiempo y en el espacio. Lo mismo que Cristo Jesús asume como cabeza a toda la Humanidad, siendo El un hombre de Nazaret, que vivió allí hace veinte siglos.

d) ¿Encarnaciones múltiples, en cada uno de los mundos habitados? Posible... En cierto sentido, parecería conveniente: pues uno de los fines de la Encarnación en la Tierra es hacer a Dios visible y en comunicación fraternal con los hombres; de este modo se nos garantiza, frente a la impresión de fatalidad, la personalidad y el amor de Dios; Cristo, habitando entre nosotros, es Revelación viva del amor del Padre, que disipa la ambigüedad de las manifestaciones a través de la naturaleza y del raciocinio. ¿Tal visibilidad de Dios no será conveniente a cualquier creatura racional sensible?

e) Si los habitantes de otros mundos llegaran a comunicarse con nosotros, ¿deberán someterse a la Iglesia?

Si tienen su Encarnación particular, parece que no; pues ésta implica una Iglesia propia.

Si no tienen Encarnación distinta.... no sabemos. Ni la Iglesia lo sabe; su misión, tal como le ha sido! revelada, mira a la Tierra. Pero, en su momento, el Espíritu le desvelará todo el contenido de la Revelación; le hará saber cuál es su misión en situaciones nuevas. La iluminación del Espíritu, prometida por el Señor (21 ), continúa en la historia de la Iglesia: eso sí, referida, siempre a lo ya dicho por Jesús.

f) ¿Podrá haber relaciones morales, unidad en el orden moral, entre ellos y nosotros?

Los principios del orden moral son iguales. Su realización estaría determinada por la "naturaleza" de los distintos seres, que habría que estudiar, la cual importaría muchas variaciones, en virtud de los mismos principios.

Así se vería cómo responder a la curiosa pregunta que se me ha hecho, a saber: si sería legítimo el matrimonio, entre terrestres y extraterrestres. Si el matrimonio fuese posible (esto es, fecundo y con posibilidad de vida en común), parece que sería lícito. Pero, para saber si es posible, ¿no haría falta una experiencia sexual que la Iglesia prohíbe? ¿Habría que sacar provecho de experiencias condenadas? ¿No resulta así la Moral antirrealista? Se olvida que, dentro de la norma moral vigente, es posible la experiencia, por ejemplo, para determinar si hay o no impotencia, anuladora del matrimonio. La Iglesia rechaza la experiencia irresponsable, que usa las personas como instrumentos. Exige la "experiencia responsable", que es la que se compromete a asumir la convivencia indisoluble, si resulta posible: ¡es una experiencia en el matrimonio!.... el cual, si falla la condición esencial, se declara nulo. (Entre nosotros, la "esterilidad" no impide el matrimonio, porque

es accidental. Si fuese absoluta, o específica, parece que lo impediría.)

Bueno será no desorbitar las diferencias en el orden moral. Ya Flammarion había emitido la atinada observación de que la ciencia ligada a lo espacial es relativa, estudia relaciones variables, pero hay un absoluto espiritual, el aprecio de la Verdad, el Bien y la Belleza: la unidad moral del Universo, se realiza por la unión de todas las inteligencias con la Inteligencia divina.

4. ¿Sería turbador, en el orden religioso, que el hombre fuese el único ser racional en el mundo visible?

Evoquemos la literatura tópica, que ha subrayado lo increíble de que sólo la Tierra esté habitada: la Tierra..., que no es más que un granito de arena, excéntrico, en la vastedad del Cosmos... ¿Y para qué tantos millones de astros, muchos ni siquiera visibles al hombre?

La Física y la Matemática antiguas profesaban una armonía geocéntrica. Concepción griega, más que judía. (¡No que los antiguos lo centrasen todo sobre el hombre, pues, al contrario, daban la primacía a los astros celestes!) Al imponerse la visión heliocéntrica, subsiste ciertamente el sentido de la armonía matemática, pero con una sensación de desquiciamiento para el pensar antropocéntrico. Ahora, sin que se disminuya el imperio de la matemática, quizá se desvanece la armonía de su significación global: la visión del Universo resulta indefinida, borrosa, si no "caótica" (¿qué sentimos al imaginar, por ejemplo, el Universo "en expansión"?).

Ahora bien, por lo que toca a la relación Universohabitantes orgánicoracionales, confesemos ante todo lo insuficiente de nuestros conocimientos.

Luego, somos víctimas de la ilusión geometrizante; la misma que llevó a algún teólogo antiguo a imaginar que los cuerpos glorificados tendrían que ser redondos.

El hombre parece excéntrico en relación con el Espacio total. ¡Mas no lo parece menos en relación con el Tiempo!: dentro de la evolución de la Tierra el hombre aparece durante menos de un "segundo", comparado con el "año" que le precede; y, sin embargo, justifica toda la Tierra. Véase la opinión de Teilhard de Chardin: la Física de comienzos de la Edad Moderna creía haber desplazado al hombre del centro del mundo; y, en efecto, no es el centro estático que antes creía ser; pero es el "eje y la flecha de la evolución, lo cual es mucho más bello"; ya no es un elemento perdido en las soledades cósmicas, pues, según la visión de Teilhard, es una voluntad de vivir universal la que converge y se hominiza en él.

Por lo demás, nos empeñamos en encuadrar el Universo en la perspectiva de nuestra breve vida temporal. Habría que contar con una perspectiva de auténtica totalidad.

¿EL "CIELO", MORADA DE DIOS?

1. La mentalidad "primitiva".

Después del primer viaje al espacio un periódico marxista, según triste costumbre, no se libró del intento de explotación burda de un materialismo vulgar: ¡el explorador no había encontrado a Dios! ¡El hombre es el único señor racional del mundo!

Aparte la enorme precipitación por lo limitadísimo de la exploración, que ni siquiera vale para saber si hay otros seres vegetales, animales o parecidos al hombre..., el juicio es de una tosquedad increíble, por olvido de la espiritualidad de Dios. Es idéntico al de aquellos, positivistas agnósticos del siglo XIX que pretendían que el escalpelo debería encontrar el alma, si existiese: sin advertir que tampoco "encuentra" realidades de evidencia primaria como son los pensamientos, imaginaciones, sentimientos, decisiones...

Lo único interesante de este modo de pensar es la teoría que refleja acerca de la religión. La religión seria una supervivencia de la mentalidad primitiva, la cual interpretaba antropomórficamente las realidades físicas y astronómicas cuya explicación ignoraba y que se le aparecían misteriosas: Dios no sería más que un personaje en un lugar distante. La exploración de ese lugar concluye el comentarista moderno disipará en el pueblo esa falsa imaginación.

Anticipemos que nuestra noción de Dios nada tiene que ver con esa proyección imaginativa que se atribuye a los primitivos. Mas como, al menos, el lenguaje lo heredamos todos, digamos unas palabras sobre la localización primitiva" de Dios.

La conexión de Dios con el Cielo es casi universal. Entre las inciertas etimologías del griego "Zeós" está la del verbo "zéo" (correr: referido a los "astros corredores"); y, con la autoridad de Max Müller, la del sánscrito "Dyu" (lo brillante: el cielo luminoso). El indoeuropeo "Dieus" ("deiuos") de donde Júpiter, señor del rayo es el celeste, contrapuesto al terrestre, es decir, el hombrehomo,humus. En la época en que los judíos evitan pronunciar el nombre de Dios (Yahvé), muchas, veces sustituyen la designación corriente "Dios del cielo," por El Cielo. Así, los Macabeos: "El Cielo nos libre de abandonar la ley..." (23). Es bien conocido el uso del evangelista San Mateo, quien en lugar de "Reino de Dios" dice Reino de los Cielos.

Se ha pensado que el Dios del Cielo (extendidísimo en todas partes en los pueblos primitivos) era uno entre otros dioses, pero con una supremacía sobre los demás precursora del monoteísmo. Pettazzoni propuso, para explicar su origen, la siguiente hipótesis: así como había personificación de seres particulares (cada astro, etc.), se llegó también a la personificación de esa intuición sensible universal que es la bóveda celeste, con sus propiedades características: unidad, inmensidad. omnipresencia, omnipotencia (manifestada en los fenómenos meteorológicos), providencia (la lluvia benéfica... ).

Se replicó a Pettazzoni (por Ehrenreich, Foucart, Schmidt) que es inadmisible entre los primitivos la personificación de un elemento que carece de individualidad visible. Lo que ellos podían concebir es una fuerza personal, distinta del Cielo material, más o menos relacionada con el mismo, más aún: separable. En varios mitos primitivos Dios aparece como Creador del Cielo. (Y Schmidt anota que en las culturas más primitivas la habitación original de Dios es la Tierra; al Cielo se habría ido por culpa humana.)

2. Nota acerca del empleo de fórmulas espaciales en religión.

La imaginación y el lenguaje están esencialmente ligados al espacio en su forma tridimensional. El entendimiento puede trascender: ¡pero las mismas expresiones que indican "trascendencia" están tomadas de lo espacial! Por tanto, el uso de una terminología espacial"(por ejemplo: "anima", "spiritus", "gehenna", "caelum"... ) no basta para atribuirle significación espacial.

Muchísimos hombres, como es natural, quedan apegados a lo imaginativo. Pero no caigamos en interpretaciones minimistas, como la que ha llevado a reducir todas las nociones religiosas a un supuesto significado original de calificación de estados físicos: Santidad, Pureza, Pecado... serían, en su origen, . blancura", 1impieza", "mancha"..., sin sentido moral ni religioso. ¡Cuánta precaución se requiere para interpretar a los antiguos! Veamos, por ejemplo, la convicción presente en Egipto y en casi todas partes sobre el viaje de los muertos, abastecidos para el mismo con utensilios, alimentos, etc. ¿Creían acaso que era un desplazamiento espacial ordinario? lbn Fadlán relata esta ceremonia funeral para un jefe entre los antiguos eslavos: ponen el cadáver en una nave o barca, con alimentos, bebidas, perfumes, armas, un perro, dos caballos, dos bueyes, un gallo, una gallina.... animales todos matados. Una muchacha, de la familia del muerto, se ofrece a acompañarle; pide que la hagan llegar a él": para ello la matan en la nave. Por fin, dan fuego a la nave (!); las cenizas se cubren con un montículo de tierra, en medio del cual se planta un palo con el nombre del muerto. También a los hombres del pueblo difuntos los metían en una barca, que quemaban.

El citado cronista árabe oyó de un ruso, asistente al funeral descrito, estas palabras: "Vosotros los árabes sois necios poniendo al hombre más amado y honrado bajo tierra, donde los gusanos lo devoran; nosotros, al contrario, lo quemamos en un instante para que entre rápidamente en el paraíso." Pedro de Dusburgo dice de los prusianos: "Creían que los objetos quemados resucitaban con los muertos y les servían como antes." También de los antiguos cananeos consta que quemaban los cadáveres, convencidos de que seguían viviendo con las mismas necesidades.

Es decir: podemos pasarnos de listos, al proyectar sobre los antiguos nuestras coordenadas mecánicas y superficiales. Como "racionales" (esto es, como conocedores de las estructuras universales necesarias del pensar y de las cosas) superamos la fluida maleabilidad con que los primitivos imaginaban el mundo; ¡pero no perdamos elasticidad, prisioneros de esquemas! Elasticidad necesaria, desde luego, para entender a los antiguos; también, acaso, para entender la realidad objetiva.

FÓRMULAS DE LA ESCRITURA

Están tomadas naturalmente de la intuición o concepción espacial del pueblo judío. Esta intuición no es única, tiene sus variantes: el "cielo" se dice unas veces de la bóveda o firmamento; otras, de los cielos concéntricos; el agua, muchas veces, viene de encima del cielo o bóveda; pero también se habla de las nubes de vapor . En general, los judíos no se interesan mucho por localizaciones. La terminología usual refleja el triple plano: Dios, en el cielo; los

hombres vivos, en la tierra; los muertos, en el Sheol o subterráneo. Para evitar equívocos, en el Antiguo Testamento hay que distinguir: a) el fondo popular, idolátrico (dioses, ídolos... ) del que permanecen vestigios en el Pueblo consagrado a Yahvé y reflejos en la Escritura; b) la Revelación patriarcalmosaicaprofética, siempre en lucha para purificar los elementos populares (las concepciones del cielo, los astros, la historia) de sus adherencias mitológicas, y para proclamar la trascendencia de Yahvé Creador.

En efecto, la Biblia muestra cómo, juntamente con el Monoteísmo puro, que desde el principio profesan los Patriarcas, Moisés y los Profetas, aparecen en el pueblo contaminaciones (¿o supervivencias?) politeístas: santuarios locales, el becerro de oro, la adhesión a cultos cananeos, etc. Los críticos del tipo Wellhausen opinan que el Monoteísmo comenzó con los Profetas, y que el que aparece antes es proyección retrospectiva de los redactores tardíos del Pentateuco; de modo que las manifestaciones politeístas serían la forma única y común de la antigua religión judaica. ¿Es tan simple la cuestión? Prescindimos ahora de ese problema histórico. Si lo evocamos es sólo para dejar bien claro que, en lo que sigue, nos referimos precisamente a la religión patriarcal o profética, como la propone la Escritura, cuyo origen se relaciona directamente con Dios, y no ciertamente con el fondo de los pueblos semíticos en torno.

Abrahám,. emerge de un ambiente idolátrico: recuérdense los teraphím que Raquel, esposa de Jacob, trajo de Mesopotamia a escondidas.

Moisés emerge de Egipto, pero enlaza religiosamente con Abraham.

Ambos, por mandato de Dios, se alejan de esos dos focos culturales politeístas, y van a Canaán. El Origen de su actitud religiosa no es la herencia, sino una Vocación de Dios. Su forma de relación con Dios no proviene de especulación, ni de la tradición de un lugar, sino de una comunicación divina personal (Dios de Abraham, Isaac, Jacob). Es el "Dios de los padres", sin localización. A veces se conmemoran lugares (como Bethel) por alguna manifestación divina; pero es una manifestación de carácter personal, y Dios es Uno y el Mismo. Los cananeos de PaletinaSiria, anteriores a los israelitas, tenían por Dios principal entre otras personificaciones de fuerzas naturales al "Dios del Cielo", de la tempestad y el rayo ("Hadad", o simplemente "Baal": Señor). Mas a los hebreos se les prohibió asociarse al culto cananeo, por idolátrico.

IMÁGENES "CELESTES", IDEAS TRASCENDENTES

Volvamos a la doctrina de la Escritura. Los de Babel hacen ciudad y torre, cuya flecha penetraría en los Cielos. ¿Se les castiga por la pretensión de ascender a la Casa de Dios? Más bien, por su orgullo y prepotencia. La redacción breve del enigmático episodio no permite suponer que el pecado consistiese en ir al Cielo (!).

Jacob contempla en sueño la escala por la que bajaban y subían los ángeles de Dios. Jacob, despierto, estima que aquel lugar es una puerta del cielo. La lección parece ser: allí se da una comunicación entre Dios y los hombres.

Pettazzoni supone que primitivamente "Yahvé" era un "dios celeste", en relación especial con el trueno, la lluvia, los vientos. Pero el Yahvé de la Revelación es trascendente. Si San Pablo dice que fue elevado al "tercer cielo", y que Cristo subió encima "de todos los cielos", no señala un lugar relativamente más alto. La expresión "sobre los cielos" quiere destacar la Trascendencia. Dios tiene su "trono" y "morada" por encima del cielo; en el más alto o "cielo de los cielos", por encima de todo el Universo ; in Altissimis. El Hijo del Hombre está sentado a la diestra del Padre, y así lo ve Esteban al morir: no es indicación de lugar, sino de categoría.

Dios no está ligado al cielo material: ¡porque el Cielo es como un manto, que puede cambiar, enrollándolo como un vestido, mientras Él permanece. Dios es independiente de los astros, que son sus creaturas, proclaman su Gloria.

 

Los judíos fieles al Señor evitan, durante su peregrinación hacia Palestina, las figuraciones de Dios, que podían vincularlo y confundirlo con una creatura particular. Se le simboliza únicamente en la "nube"amorfa y viajera. Salomón, en su preciosa oración el día de la Consagración del Templo de Jerusalén, expresará perfectamente el sentido de la presencia trascendente del Señor en aquel lugar: que es sólo un sitio de comunicación, no un lugar que contenga a Dios, que no puede ser contenido ni por todos los Cielos.

El sentido de una comunicación universalmente íntima y a la vez espacialmente trascendente culmina en el diálogo de Jesús con la mujer samaritana. Dios es Espíritu. No está vinculado restrictivamente a ningún lugar. La comunicación con el Padre se logra por la Persona del Hijo, accesible corno un hermano entre los hombres. Por eso Cristo Jesús puede aplicarse a Sí mismo, en su auténtico sentido, la imagen de la escala de Jacob: "Veréis abrirse el cielo y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre".

El "Cielo". Lugar de la vida gloriosa

1. Los Apóstoles, con quienes nosotros enlazamos históricamente, fueron testigos de la Ascensión de Jesús. Lo vieron subir; una nube lo ocultó a sus ojos; y "mientras estaban mirando al cielo, fija la vista en El, que se iba", dos varones les dijeron: "Ese Jesús que ha sido arrebatado de entre vosotros al cielo, vendrá como le habéis visto ir al cielo".

Todo el que ama a Jesús desea imaginar dónde y cómo reside su Cuerpo glorificado. El mismo deseo suscita la Asunción de Nuestra Señora la Virgen María.

2. Los cristianos justos viven en la esperanza de "ir al cielo", .. estar en el Cielo". Cristo ha ido delante a preparar las moradas para los suyos. Al buen ladrón prometió: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". Nos ha dicho que los bienes imperecederos, nuestra recompensa, están en los Cielos.

Algunos ambientes religiosos (el antiguo Egipto, por ejemplo; ciertas corrientes populares cristianas... ) sacian su anhelo imaginativo con gran riqueza descriptiva y con localizaciones en relación con el viaje del alma al Cielo". Por lo contrario, la Escritura, tanto la del Antiguo como la del Nuevo Testamento, es en este aspecto de una sobriedad impresionante.

El pensamiento judío arcaico es muy impreciso respecto al lugar de los muertos y a su estado. (Sheol: subterráneo: sombras vagantes en lugar oscuro y de confusión... El Eclesiastés pregunta con vacilación: ¿el espíritu o aliento vital del hombre sube acaso a lo alto? ¿y el de las bestias baja a las entrañas de la tierra?). Lo más positivo de la Revelación judaica, para la esperanza de los justos, era "reunirse con", "estar con" los Padres (con Abrahám, etc.). Evoquemos la atmósfera de la parábola de Jesús sobre el rico y el mendigo Lázaro.

La Predicación de los Apóstoles se desinteresa de la pintura de "lugares". La esperanza que alimenta es la de "estar con Cristo", lo que hará posible contemplar la Gloria que tiene en el Padre, ver a Dios directamente sin velos, en comunión personal con las Personas divinas, participando de su Vida y Felicidad, en una fiesta de gozo inacabable, que será a la vez la perfección de nuestra vida social, nuestra Patria y Ciudad definitiva, donde nuestros mismos cuerpos serán plenamente vivificados a semejanza del Cuerpo de Cristo, redundando su gloria sobre todo el mundo mediante una transformación que lo hará "cielo nuevo" y "tierra nueva", según un modo que ignoramos, pero que incluye, al parecer, una renovación física.

3. La doctrina de la Iglesia sobre el Cielo destaca como elementos esenciales: la vida en comunión con Dios; y la comunidad o sociedad de los bienaventurados. Las alusiones a la "habitación ultraterrestre" nunca determinan qué es ni dónde está el Cielo.

La Teología se ha ocupado poco de localizaciones. Los teólogos que lo hacen se limitan a emitir hipótesis filosóficas privadas (p. ej., la del "cielo empíreo", más allá de las esferas). Y en general lo conciben como lugar distinto del universo móvil, es decir: sin continuidad con nuestro espacio astronómico o sideral.

En cuanto a las almas, antes de la Resurrección, el Cielo no tiene por qué ser un "lugar". En esto hay que asentir a, San Agustín: "¿Queréis saber dónde se encuentra ese lugar en que se ve a Dios cara a cara?: es Dios mismo quien será después de esta vida el lugar de nuestras almas".

4. Los cuerpos gloriosos, sí, parecen requerir lugar; y así lo afirma la opinión común de los teólogos. Pero la "glorificación" importa una transformación del cuerpo y, por tanto, del "ámbito físico" que lo acoge. A imitación del Cuerpo de Cristo Resucitado, el nuestro tendrá un modo de ser (sutileza, agilidad, incorruptibilidad... ) que lo hará independiente de las actuales condiciones y limitaciones del espacio físico. El paso a vida mejor no se puede concebir, pues, como un traslado a astros en que hubiese condiciones de vida natural superior, al modo que lo imaginaba Flammarion, el cual omitía explicar cómo se realiza ese trasplante a través de la muerte! El Cielo de la vida gloriosa supone una transformación corpórea por gracia de la Potencia divina.

5. Carece de sentido la suposición o el anhelo de que una exploración total de nuestro espacio tendría que encontrar el Cuerpo de Jesús, el Cuerpo de María. No sabemos dónde están; no parece que estén en ningún lugar accesible por traslado espacial. Sin dejar de ser cuerpos, lo son, y "están", de otro modo. El realismo de la escena de la Ascensión del Señor como advirtió Blondel no ha de llevarnos a prolongarla según las formas del estado físico ordinario. Lo alto a que tendemos, no está en la vertical del sitio que ocupamos; es una Vida Superior en Dios.

6. ¿Extraña, esa diversidad física? No. Aun sin recurrir a las desconocidas posibilidades de la Potencia Divina, y permaneciendo en el marco de nuestro saber físico (tan limitado), hay algo que permite entrever la posibilidad de modos distintos de existencia corpórea.

Consideremos la hipótesis, no rara entre físicos, del Metaespacio o Hiperespacio.

Como en la literatura de fines del siglo XIX y comienzos del XX se ha producido la vulgarización, humorística o sensacionalista, de la "cuarta dimensión" (La máquina del tiempo de Wells, etc.), es necesario advertir que no nos referimos al "espacio cuatridimensional en cuanto se conjuntan las tres dimensiones espaciales y la dimensión temporal: el Espacio que Minkowski llama "Universo" , y que hay que utilizar para situar cualquier suceso en un punto del Universo, ya que toda realidad física se da dentro de un "proceso". Evidentemente estas cuatro dimensiones existen: ¡son nuestro espacio y nuestro tiempo ordinarios!

Hablamos de un verdadero Metaespacio; de un espacio con cuatro o más dimensiones auténticamente espaciales, además de la temporal. Desde luego, en el orden analítico matemático se conciben bien espacios de cuatro, cinco y más dimensiones; y la Geometría Analítica del espacio puede operar con cuatro, cinco y más variables. ¿Pero es posible realizarlo en el orden físico? Varios físicos estiman que sí, o al menos indican que no se ve la imposibilidad. Cierto es que el hiperespacio matemático no es imaginable o representable intuitivamente. Pero esto se debe razonan, por ejemplo, Einstein e Infeld a que nuestra imaginación está ligada a un cuerpo tridimensional.

Tampoco un ser plano (de dos dimensiones) percibiría ni imaginaria algo que penetrase verticalmente (por la tercera dimensión) en su área. Cabe, pues, suponer que así como el "plano" está dentro de un espacio tridimensional, también el espacio tridimensional (que es el nuestro) esté: sumergido en otro cuatridimensional, inaccesible a nuestros sentidos.

No me compete, ni me interesa ahora, entrar a fondo en la difícil cuestión del hiperespacio. No insinúo que ese sea el "modo de estar" de los Cuerpos gloriosos. Quiero sólo indicar que entre físicos muy "positivistas" se admite un modo de ser corpóreo o espacial, que no estaría lejos de nuestro espacio y, sin embargo, no nos seria perceptible. Sería un modo corporal pensable, no imaginable ni visible. ¡Algo que, respecto a la Física ordinaria, no parece espacial, sino más recóndito que el espíritu!

Otro caso de cuerpo a la vez presente y físicamente imperceptible sería la hipótesis del ETER. Hipótesis abandonada por Einstein y otros, renace con Lorentz; y, en todo caso, no está excluida como una "posibilidad física". Supone un ser extenso, corpóreo, pero imponderable; que no sólo ocupa los, espacios entre las partículas, sino que permea las partículas, sin moverse con ellas. Grandes físicos piensan que tal ser es postulado por el Electromagnetismo y la Gravitación. Y aún añaden que si bien la teoría de la Relatividad especial de Einstein lo recusaba, no sin equívocos, la de Relatividad General lo implica equivalentemente, a pesar de la oposición verbal, por cuanto admite un espacio dotado de cualidades físicas y operante, y no un mero vacío indiferenciado.

Nota interesante.En el hiperespacio sería natural entrar en nuestros recintos cerrados, sin atravesar sus paredes, lo mismo que en el espacio tridimensional pasamos de fuera a dentro de un círculo sin tocar la línea de circunferencia; podemos entrar por elevación.Nota no menos interesante: el ser tridimensional no percibe al cuatridimensional; éste, si, percibiría a aquél.¿ Evocamos a Jesús Resucitado, penetrando sin abrir la puerta donde estaban recluidos los Apóstoles? ¿Nos dejamos ganar por la idea de la proximidad invisible de los Cuerpos gloriosos de Jesús y de María? Mejor será detener el pensamiento; pues ya hemos dicho que no pretendíamos sugerir una explicación determinada sobre el modo de presencia de esos Cuerpos en el universo.

En suma: al menos quede asentado que nuestra experiencia espacial ordinaria no justifica ninguna objeción ni recelo alguno contra un modo de vivir, incluso corpóreo, diferente del acostumbrado. No se puede imponer la tesis de que una supuesta exploración total del espacio tendría que encontrar en alguna parte el Cuerpo viviente de Cristo.

7. También se reafirma un concepto muy importante: la forma empírica del espacio es accidental en los cuerpos. Esta adivinación de la Física reciente era ya la tesis; de la Filosofía cristiana tradicional.

Descartes que por otra parte reservaba la supremacía a los espíritus vio en el espacio empírico la esencia de los cuerpos. (Si nos ceñimos al espacio observable, la afirmación es "prácticamente admisible": después de todo, es convencional no llamar "cuerpo" a una materia que no tenga nuestro modo espacial, ¡siempre que al cuerpo glorioso o "espiritualizado" no lo confundamos plenamente con el Espíritu! Pero en rigor el espacio observable no es "de esencia ya que puede cambiar.) El colmo llega cuando los mecanicistas pretenden reducir toda realidad a lo espacial, y a la forma empírica de espacio. Todo sería como en Demócrito imaginable y visualizable: es la esencialización del espacio empírico.

Los teólogos escolásticos, en capítulos que ahora solemos apreciar poco, se habían aplicado a estudiar con la máxima atención un modo distinto de presencia corporal referido a la Santa Eucaristía. El Cuerpo de Cristo en la Eucaristía, aunque tenga su interna disposición espacial, no ocupa lugar; no se distribuye por las dimensiones visibles. Está como un cuerpo real; pero sin la localización dimensional, que es "accidente" separable (está "ad modum substantiae"). Por eso no hay actividad física entre el Cuerpo de Cristo y los cuerpos ambientes. Por eso no está ligado a un solo lugar, sino que goza de multilocación...

8. La esperanza teológica respecto a los espacios cósmicos. La creatura racional está inserta en el universo físico; está inserta en Dios. La Revelación nos dice que el Reino de Dios es unificación de todo y, en cuanto la libertad creada no resista al Don divino, vivificación de todo por Dios. La glorificación del hombre entero (cuerpo y espíritu), gracias a su comunión con el Verbo Encarnado, supone una cierta renovación del mundo sensible. (La filosofía griega sólo llegaba a pensar la salvación del espíritu, a costa de, la materia.)

La carta a los Romanos nos presenta la gloria de los hijos de Dios participada por las demás creaturas. Así la esperanza de aquéllos, es esperanza universal. "... Los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros. Porque la expectación ansiosa de la creación está esperando la manifestación de los hijos de Dios, pues las criaturas están sujetas a la vanidad, no de grado, sino por razón de quien las sujeta, con la esperanza de que también ellas serán libertadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto; y no sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos 'dentro de nosotros mismos suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza estamos salvos ... ; en paciencia esperamos" .

Esperamos, como satisfacción plena a nuestro anhelo más hondo, la armonía de lo personal (Dios, hombre...) y lo natural. "Dios todo en todas las cosas" .

Ir al Cielo" no representará un enojoso abandonar realidades (cuerpo, mundo, sociedad). El Reino de Dios transfigura, sin anularlas, todas las cosas. El hombre llevará consigo "su mundo". El Reino de Dios incluye el reino del hombre. La vida celeste, por ser la deificación de nuestra vida en filial comunión con Dios, nos da también el dominio perfecto de las cosas. "...Ya lo presente, ya lo venidero, todo es vuestro; y vosotros de Cristo, y Cristo de. Dios".

¿De qué modo concreto se realizará ese "mundo nuevo", glorificado?

Lo ignoramos. Será por acción divina. Pero no deberíamos dejarnos ganar por la repugnancia que siente hacia esa perspectiva de gloria el hombre acostumbrado a la interpretación mecanicista del universo. La Esperanza cristiana supone la superioridad de Dios y de la persona humana sobre las leyes mecánicas. Sólo quien degrada al hombre creerá absurda tal esperanza. El que ha pensado en la primacía del Espíritu o Libertad, hallará adecuadísima la idea de un estado en que todas las cosas se someten al hombre (o a personas semejantes), y el hombre a Cristo y por Cristo a Dios.

Santiago, 16 de febrero de 1962

José Guerra Campos