No una ideología, sino la persona y la acción de Cristo. Dogma y vida.

A las preguntas radicales expuestas intentan responder muchas formas de religión y de filosofía. La respuesta cristiana es la única radical y válida porque, ante todo, no es una ideología. Hay que evitar la tentación de reducirla a una especie de síntesis de filosofías, concepciones morales y sentimientos hermosos, de los que aparecen en los poetas y escritores; si el cristianismo no lucra más que eso, sería un fenómeno cultural y estaría sometido a las limitaciones de toda cultura: no hay cultura capaz de responder a las preguntas que antes formulamos.

El cristianismo, pues, aunque es una doctrina, no es primariamente doctrina o símbolo de valores humanos universales; por consiguiente, no es un sistema racional que se pueda intercambiar con otros. Visto como sistema racional, se explica que muchos tiendan a considerarlo equivalente a otros sistemas: ¿no coinciden todas las formas históricas de pensamiento, incluso las que no son religiosas como el confucionismo, el budismo original, etc., en que hay que ser buenos, pacíficos, generosos, justos, fraternos ... ? Con tal que canalicen ciertas aspiraciones básicas, ¿qué más dan las diferencias entre unas y otras formas? Serán diferencias de matiz, de más o menos; pero, en lo sustancial, ¿no afirman todas los mismos valores? He aquí una de las grandes fuentes de indiferentismo o de irenismo; en definitiva, de desprecio de la verdad dogmática del cristianismo o de su credo.

El cristianismo lo sabemos muy bien, mas conviene repetirlo es la persona y la acción de Cristo; su doctrina es una expresión de esta realidad. En otros sistemas de pensamiento la persona del pensador original o del fundador, si se trata de una religión, no interesa realmente una vez que ha pasado. Quizá se le siga recordando como fundador, como maestro, como ejemplo; pero no es parte constitutiva del sistema (las matemáticas siguen adelante sin Pitágoras

y sin Einstein, aunque les deban grandes progresos, porque éstos, una vez conseguidos, se convierten en patrimonio universal y no dependen para nada de la presencia o del influjo viviente de aquellos pensadores). Sabemos que en el cristianismo sucede todo lo contrario. El objeto central de la revelación cristiana es Cristo mismo; Él es la gran novedad de su propia revelación. Él mismo es la religión, por ser el mediador, que salva y da vida nueva al hombre. Por eso contiene gran verdad el dicho tradicional de que el cristianismo es "la única religión verdadera"; aun reconociéndoseles valores positivos a las demás, sólo pueden entenderse y justificarse en cuanto sus aspiraciones y búsquedas se ordenan a Cristo: camino, verdad y vida.

De ahí, el significado enjundioso del contenido dogmático de la fe. Frecuentemente se juega al equívoco de la contraposición entre dogma y vida, como si por dogma se expresase únicamente una teoría abstracta, y por vida lo concreto, lo cordialmente palpitante, cuando, en realidad, si el cristianismo es Cristo, el dogma es la expresión de este hecho viviente; por tanto, expresa la aportación de vida nueva, la posibilidad de elevación por encima del nivel natural. De donde se deduce que la contraposición, muy al uso, entre vida y dogma parte de la ignorancia de lo que es la respuesta cristiana. El dogma y todos los elementos diferenciales del cristianismo son la expresión del hecho en que consiste la respuesta: el hecho de que el mismo Dios se nos hace visible en Cristo, quien con su presencia en el mundo nos trazó un camino para hacer posible el desarrollo de las aspiraciones que carecían de respuesta. El dogma es más que la vida natural; en este sentido, si preguntamos qué debe subordinarse a qué, el dogma a la vida o la vida al dogma, la respuesta es obvia: la vida, al dogma, aunque la respuesta que se dé por ahí sea siempre la contraria. Tenemos que subordinar a la inyección de vida superior la vida natural imperfecta, limitada a las posibilidades históricas, porque el Credo no es un conjunto de verdades abstractas, sino un conjunto de hechos, de realidades históricas salvadoras, en medio de las cuales brilla, de modo más sensible, la resurrección de Cristo, como prenda y garantía de nuestra propia resurrección.

El cristianismo, pues, es Cristo. He ahí la respuesta cristiana.

José Guerra Campos