FALLO ESPECIAL DEL "CIENTISMO"

Los fallos referidos, tanto en el orden racional como en el orden del sentimiento, se dan con especial acritud en esa forma de humanismo recortado que se llama el "cientismo", que tiende a reducir todo lo importante al campo de la ciencia positiva.

Ahora bien, como sabemos todos, la ciencia positiva, estrechamente ligada a la técnica, se caracteriza desde su nacimiento, en el siglo XVII, más o menos, porque ella misma se autolimita metódicamente; deja fuera de su ámbito de investigación y de dominio una serie de aspectos interesantes de la realidad: todo lo que se refiere precisamente al sentido, al para qué o finalidad, al origen, a la esencia íntima de las cosas. Podemos decir, con un poco de exageración, que la ciencia positiva se contenta con ser una descripción, que, a través de las experiencias ordinarias repetibles, capta ciertos modos constantes de funcionamiento (leyes) por inducción, o que por vía matemática llega a algunas formulaciones universales o principios, de los cuales se deducen a priori una serie de aplicaciones que se estima han de resultar válidas en la práctica. En esto se apoya toda la enorme y maravillosa acción técnica del hombre.

Una ciencia limitada a registrar el funcionamiento medible o expresable en fórmulas deja fuera, por principio, al sujeto: todo lo que en éste hay de intimidad y de trascendencia. A la ciencia le interesa sólo lo objetivo.

Este método, si se aplica en el campo al que corresponde, es perfectamente válido. Pero es un método parcial. Si se convierte de pronto en un método total, la ciencia degenera en "cientismo": exageración o desorbitación de un método; ilegítima, por imponerse a sectores de la realidad para los cuales no sirve.

A muchos contemporáneos nuestros les ocurre esto: como es imposible renunciar en serio a un sentido para la totalidad de la vida y, por las razones que fueren, con culpa o sin ella, se han perdido otros modos de acercarse al conocimiento de ese sentido (el modo religioso, el modo auténticamente filosófico, el modo artístico profundo, etc.), tratan de conseguirlo mediante lo único que manejan con cierta soltura, es decir, el método científico positivo. Al hacerlo, como sucedió con todo el positivismo y materialismo del siglo pasado y con sus residuos en el siglo actual, se destruye al hombre. El hombre, el sujeto, queda convertido en un fenómeno dentro de un conjunto, fatal o automático, de fenómenos, o bien queda convertido en un espectador inexplicable, al cual no se pueden aplicar las leyes con que se estudian y se manejan las cosas, pero que tampoco interesa estudiar a fondo. En nombre de lo objetivo se descalifica lo subjetivo.

Este desprecio del sujeto es desprecio del hombre; desprecio de lo que en realidad nos interesa más. El "cientismo" es culpable del recelo que no pocos hombres sienten ante la ciencia positiva o el dominio de la técnica. La desconfianza no va contra la ciencia o la técnica por sí mismas, y menos, en nombre del cristianismo, que ha sido, en definitiva, la matriz espiritual de la ciencia y la técnica, pues éstas han nacido y se han desarrollado, históricamente, en la órbita cristiana. El recelo surge frente a una usurpación de la ciencia, frente a un recortamiento indebido, que destruye al hombre diluyéndolo en un todo sometido a leyes ciegas, en las que el sujeto, ser íntimo, con aspiraciones, con libertad, carece de sentido. Los conceptos científicos no incluyen la libertad, a no ser por una especie de proyección de lo humano, que muy pocos científicos se atreven a aceptar.

José Guerra Campos