ÚLTIMOS RECUERDOS

Ha pasado ya un mes del fallecimiento de nuestro querido Padre Alba, y me siento en la necesidad de escribir algunos de los recuerdos más próximos que tengo de él a lo largo del último año. Son situaciones que me han quedado grabadas en la memoria, como huellas que ha dejado el Padre en mi alma a lo largo de los años que he estado cerca de él. Recordando momentos especiales en los que estuve cerca del P.Alba y que me edificaron profundamente, me acordé del pasado 23 de junio que subimos en la tradicional peregrinación de la Unión Seglar al Templo Nacional Expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús del Tibidabo. Después de la Santa Misa y la tradicional comida de hermandad, se me acercó el Padre y me dijo: "¡Qué María! ¿tú te casarás con un rubio?" Me hizo sentar con él, y junto a mi padre, el P. Ramón Olmos e Inmaculada Domenech, me explicó cómo descubrió su vocación. Una de sus frases que dijo y que recuerdo con mucho cariño fue: "Yo, cuando me planteé la vocación del matrimonio, pensé... yo..¿estar encerrado entre cuatro paredes con dos ventanas, con los niños, mi mujer...para toda la vida? No, no... yo sentí que el Señor no me llamaba a esa vocación". Después me fue explicando la inclinación natural que se tiene hacia cada tipo de vocación y la que Dios quiere para cada uno. Mientras me hablaba, me sentía privilegiada y feliz porque recibía enseñanzas y consejos de mi padre espiritual que me ayudarían mucho. Empezado el último curso del colegio, 2º de bachillerato, el Padre iba a ser nuestro tutor. Desde el principio se le veía muy ilusionado por el viaje de fin de curso que haríamos a Fátima. Estuvo viniendo algunos días para explicarnos la ruta que seguiríamos, los lugares que visitaríamos...etc. Era tal su inquietud por hacer este viaje que aun al fin de sus días nos redactó una carta en la que él no descartaba la posibilidad de que pudiera llegar a realizarlo. En esto vi patente su espíritu de lucha y fortaleza, su esperanza ante la adversidad. Cuando su enfermedad ya hacía ver la poca vida que le quedaba, si Dios no ponía remedio, quise ir a ver al Padre para despedirme, pero no me decidía. Un día, después de vacaciones de Navidad, estando en clase, de repente apareció él por la puerta ayudado del padre Ignacio y su hermana. Se sentó y, sin poder pronunciar palabra, empezó a sollozar y dijo: "Yo sólo quiero la mayor gloria de Dios". A todos los allí presentes nos embargaba la tristeza, fueron las últimas palabras que oí del padre Alba. Cuando agonizaba, tuve la oportunidad de ir al hospital a velarlo. Al llegar, el verlo postrado e inconsciente me angustió, pero al besar su mano me confortó mucho ver cómo tenía cogida la Cruz de Cristo, con la fuerza y confianza como la llevó en vida. Unos días después de su muerte, tuvimos la misa de Hijas de María, congregación que el Padre Alba fundó por su amor a la Virgen María. En la homilía, el Padre Ignacio nos explicó que el Padre era santo por sus obras y por las virtudes que practicó heroicamente, pero que además ocurrió a su alrededor, durante el tiempo que estuvo su cuerpo expuesto para velarlo, un fenómeno que en teología se llama "sensum fidei", que consiste en que el Espíritu Santo mueve al pueblo hacia aquellas personas que han fallecido en olor de santidad. Ciertamente no se cesó durante ese día y medio de vela de pasar por sus manos medallas u otros objetos. Finalmente sólo tengo buenos ejemplos de nuestro Padre Alba, que me empujan a seguir su espíritu de lucha, de apostolado y de sacrificio por dar a Dios la mayor gloria. Aunque en algunos momentos me he entristecido por su ausencia, también me aplico su máxima que tanto nos recordó en el último campamento: ¡Sursum corda! ¡Habemus ad Dominum!

María Ruiz Gómez