¡YA VOY SEÑOR, YA VOY!

¡Ya voy Señor, ya voy! San Alonso Rodríguez contestaba de esta manera, nos lo recordaba el P. Alba en el último retiro que tuvimos con él, a todos los que llamaban a su puerta. ¡Ya voy Señor, ya voy! Cuando el Señor le visitó con su enfermedad y le llamó, el P. Alba estaba dispuesto como san Alonso Rodríguez, ¡Ya voy Señor, ya voy! . Ahora, estoy convencido, estará viendo el rostro del Señor y recibiendo la gloria merecida.

También nos recordaba en este retiro que es un gran beneficio para las casas tener enfermos en ellas, y así ha sido con su enfermedad . En este mes de Getsemaní para el P. Alba hemos recogido grandes ejemplos de él, de cómo afrontar la muerte, sin entregarse a ella pero sin tener miedo a ella. No hay salvación sin cruz.

El día que le tenían que efectuar una prueba en el hospital, llegué a él cuando coincidía que bajaba unas escaleras, me llamó y me pidió poder apoyarse en mi hombro, él que me ha sustentado tantos años me pedía a mí apoyo. ¡Con qué humildad pedía las cosas en su enfermedad!. Eran tres escalones, y es en esos momentos cuando, como decía él, veía el rostro de Dios en nosotros. Lo despedí en el coche. No me sentía digno de poder ayudarle. Después en el hospital pude presenciar cómo su celo apostólico le llevaba a imponer el escapulario a las enfermeras que le estaban realizando la prueba radiológica, y en la planta iba de un lado a otro, a pesar de estar afectado por su enfermedad, imponiendo el escapulario y hablando de las maravillas de la Madre de Dios. Realmente todo lo hacía para mayor gloria de Dios y bien de las almas.

En los últimos días me llamó para dictarme unas cartas para Conchita y Mari Loli de Garabandal. Me hizo ilusión porque creo en Garabandal y espero que se cumplan las profecías que allí se hicieron, aunque lo importante no sea eso sino el poner en práctica los mensajes que dio la Virgen. Al terminar me dirigió unas palabras para mí y para mi familia, con tanto cariño que, a pesar de intentar sobreponerme al momento, llenaron mis ojos de lágrimas. ¡Que miserable e indigno me sentí! ¡Con qué amor y caridad me trató!

En otras ocasiones que iba a su despacho, después de encomendarme las tareas requeridas, siempre encontraba tiempo para hablarme de proyectos, de interesarse por mi espíritu, esto es de Dios, esto no es de Dios, me decía, y cuando terminábamos de hablar concluía "volvamos al trabajo". Cuando salía, me iba con la idea de ser su predilecto. Pero esa misma sensación sentían las personas que trataban con él. Y es que todos éramos sus predilectos, porque en todos veía a Dios nuestro Señor. Por eso, el día de su funeral, asistieron tantas personas que venían a expresar su amor y gratitud con su presencia. Todos nos dábamos el pésame por su muerte, porque todos la sentimos, y todos nos alegramos porque podíamos encomendarnos a él. El P. Alba fundó la Sociedad Misionera de Cristo Rey para la santificación de las almas. Quiero ser misionero de Cristo Rey en mi casa, en el trabajo, en mi apostolado, para santificarme yo y conmigo a mi familia. Solo así podré devolver tanto amor de Dios para conmigo que puso en mi vida al Padre José María Alba. A los misioneros y misioneras les doy todo mi amor y el de mi familia. Quiero ser fiel a la Iglesia siendo fiel a la Sociedad Misionera, siendo fiel al espíritu que nos infundió nuestro fundador, el Padre José María Alba Cereceda S.J.

José Luis Domínguez