EL AMOR DE UN PADRE

Son muchos los recuerdos que afloran en mi mente tras el fallecimiento de nuestro querido fundador, el P. Alba. Aunque mi testimonio pueda ser ínfimo, comparado con lo que fue realmente, no quiero dejar de agradecer todo lo que por mí, mi familia y la familia de familias que es la Unión Seglar, ha hecho en vida. A pesar de esto me centraré en algunos momentos que considero más especiales. Como miembro de la Banda San Luis Gonzaga, tuve la oportunidad de velar su cuerpo en la noche de su fallecimiento, junto con los demás miembros por turnos. Recuerdo que sólo entrar en la Capilla del Colegio, se me arrasaron los ojos en lágrimas, porque comprendí muchas cosas que hasta entonces no había comprendido. Muchas veces hacemos las cosas de Dios, por rutina, e incluso de mala gana, habiendo recibido una formación inmejorable, en la Unión Seglar basada en el esfuerzo y sacrificio de nuestros padres directores, y en la caridad y amor entre los hermanos. Por ello me entristecí en sobremanera por no haber sido consciente de lo que estaba recibiendo de tan santo varón. Doy gracias a Dios, porque este año he podido estar en el Colegio, en el que 2º de Bachillerato, y el Padre ha sido nuestro tutor. Y ha sido en el Colegio donde más he podido estar junto a él. En la Santa Misa diaria del colegio, siempre asistía como voluntario y le ayudaba casi todos los días de la semana. Recuerdo uno de estos días, un jueves, que aguantando la vela mientras el padre daba la comunión, dio un traspiés al echarse hacia atrás, y a punto estuvo de caer al suelo, pero pude cogerlo a tiempo y dándome las gracias, me dijo entre risas que ya no estaba para semejantes trotes. Lo que guardo con muchísimo cariño es la Misa del viernes, a la que asistían los más pequeños del colegio, que lo querían y quieren con locura, porque desde su infancia los educaba en las verdades de fe. La última Misa que tuve oportunidad de ayudarle fue justamente un viernes, y pidió a los niños que rezaran por su curación, pero con la condición de que fuera para mayor gloria de Dios, a lo que los niños asentían con la cabeza. Todavía me parece escucharle decir en voz alta, SURSUM CORDA! esperando nuestra rápida contestación. También pude junto con Miguel Menéndez ir una mañana a ver al Padre, cuando ya estaba muy enfermo, y ayudándole a levantarse y vestirse nos exhortó a entregarnos valientemente a la lucha por Cristo. También recuerdo que me dijo que como yo no servía para sacerdote, me casaría pronto con "una pelos largos", y no reía cuando lo decía. Esa misma tarde, nos mandó a los dos hacer algunos trabajos en el Colegio y antes de marcharme, apoyándose en mí, me dijo: "que Dios te lo pague, Javier. Dios te pagará la ayuda que me has proporcionado hoy". Yo le contesté algo emocionado que yo ya había recibido mucho estando con él. Y lo más emotivo fue que tres días antes de su fallecimiento, levantándose y andando con gran dificultad, apoyado en el Padre Ignacio y en su hermana, subió a nuestra clase, a despedirse de nosotros, aunque todavía tenía la ilusión de venir con nosotros en el viaje de fin de curso a Fátima, porque teníamos que agradecerle muchas cosa a Nuestra Madre, y teníamos que pedirle su curación. Y visiblemente emocionado, nos dijo en voz alta, "todo por la mayor gloria de Dios!!!" Con estos recuerdos quiero dar testimonio del bien que el Padre me hizo, y que para mí fue, en el sentido literal de la palabra: un PADRE. Como hijo suyo, le estaré eternamente agradecido y dispuesto ahora a seguir su espíritu a las órdenes de los padres superiores de la Unión Seglar. Que su recuerdo me espolee a trabajar más y más por el reinado de Cristo. Descanse en paz, Padre y ruegue por nosotros.

Francisco Javier Domínguez López