LA FAMILIA ARGEMÍ

He ahí una familia tan materialmente destrozada, como patriótica y espiritualmente glorificada. Todos sus miembros varones ofrendaron su vida a Dios y a España. Entre los medios sensatos de la popular barriada del Clot, el apellido Argerní es conocido de todos los vecinos como indicador de una familia que se distinguía por su espíritu de religiosidad, tradición y sacrificio. En aquel hogar cristianísimo se auscultaban y palpitaban todas las vibraciones piadosas, culturales, honestas y patrióticas del típico suburbio barcelonés. Nuestros mártires eran católicos a macha martillo. En la Parroquia del Clot no existía Asociación alguna en cuyas listas no estuviera inscrito algún miembro de tan destacada familia. Los tres hijos habían asistido a tandas de Ejercicios y cumplían con todos los actos reglamentarios de la Liga Sanmartina. Del padre no nos consta que los practicara, pero de su raigambre cristianamente fecunda florecieron tres amapolas martiriales. Aparte de su catolicismo práctico, los Argemí eran conocidos como tradicionalistas militantes, pero su profesión política era consecuencia de su fe religiosa, no premisa. Desde estas columnas no vamos nosotros a disertar sobre opiniones y formas políticas, comidilla de las disputas de los hombres. Nuestro objetivo espiritual nos lo veda. La luminosa Pastoral del gran Torras y Bages, "Los excesos del Estado", es una pauta orientadora de cómo la santa prudencia de la Iglesia se comporta ante el hecho político de cada pueblo y de cada partido. Es un foco de luz clarísima sobre esta cuestión tan debatida y tan combatida. Declarado esto, no podemos dejar de rendir pleitesía a hombres como nuestros protagonistas, que acatan y defienden una doctrina política porque la palabra que encabeza la trilogía de su lema es el Santo Nombre de Dios. Porque eran católicos, eran tradicionalistas, y, además, porque esta modalidad política saciaba sus afanes patrióticos como miembros de la sociedad. Hemos escrito antes que militaban en el campo tradicionalista, y la milicia, en esta atmósfera, significa estar dispuesto a dar la vida a todas horas, si el triple Ideal de su programa lo requiere. El platonismo no florece en esta zona, cuando no se está dispuesto a derramar la sangre si el caso lo exige. Y los Argemí eran de éstos: dispuestos a defender en todo momento la causa de Dios y de España con las armas en la mano, aunque tuvieran que caer en la lucha. La contextura religioso política de aquella familia se perfila a maravilla con el hecho de que uno de los hermanos Argemí murió antes de la revolución, de muerte natural, y en sus momentos agónicos, que son los de las solemnes sinceridades, decía a uno de sus hermanos: "Siento morir porque veo que la persecución se acerca a pasos de gigante y no podré, con las armas en la mano, defender la Parroquia y las cosas de Dios". A lo que contestó el que le asistía: "Si es por esto, muere tranquilo, porque yo te prometo que los que quedamos cumpliremos nuestro deber y supliremos el tuyo, si el caso se presenta". El día 22 de julio del año 1936, a las siete de la mañana, fueron las Patrullas de control con el pretexto de hacer un registro, porque había monjas en la casa, y, después de romper todo lo que les vino en gana, se llevaron a los tres hermanos : Jaime, de treinta y nueve años; Luis, de veintitrés; y Francisco, de veintiún años, y acto seguido, los condujeron a Moncada y allí les asesinaron. A Francisco, al salir de la casa, le hicieron llevar un Niño Jesús, que profanaron, rompiéndole las piernas. Su madre quiso seguirles, pero, al salir a la calle, uno de aquellos desalmados le dio un empujón y la hizo volver a su casa. Desde este día, 22 de julio, al 9 de agosto volvieron varias veces aquellas turbas, amenazando a la vez a la desconsolada madre y hermana con que, si no se presentaba el padre, matarían a los hijos, pues ellos no sabían su paradero y, por lo tanto, ignoraban si estaban vivos o muertos. El día 9 de agosto fue el padre a su casa, y su esposa le contó lo que le decían los patrulleros, para que no se dejara ver, pues le buscaban sin descanso. Pero el hecho es que dieron con él y lo prendieron. Al día siguiente ya estaba en cuerpo presente, asesinado, en el Hospital Clínico, recogido, como tantos otros, por los contornos de Barcelona. Aquel mismo día fueron los familiares a Moncada y comprobaron la muerte de los tres hermanos. Hasta el fin fueron fieles y consecuentes. ¡Que la infinita misericordia de Dios haya deparado en el cielo un lugar a los que tan denodadamente defendieron la Causa de Dios y de España!


Carmen Argemí