BUENAS NOTICIAS DESDE EL NORTE DE EUROPA
La Europa del Norte suele ser considerada uno de los
lugares donde la descristianización ha sido más intensa. Y es cierto. La
contemplamos como un lugar frío, racionalista, donde la influencia del
protestantismo, el puritanismo y finalmente un laicismo progresista muy
virulento, han borrado los últimos recuerdos de su pasado católico. Y la verdad
es que si nos fijamos sólo en las noticias que nos llegan a través de la prensa
genera-lista desde la Europa septentrional el panorama no es muy halagüeño:
desde el debate para introducir el Corán en la ceremonia de coronación del rey
de Inglaterra hasta la promoción del multiculturalismo en los países
escandinavos (fueron precisamente los democristianos escandinavos quienes con
mayor encono se opusieron a la introducción de cualquier referencia a las raíces
cristianas de Europa en el preámbulo a la Constitución europea), pasando por la
extendida aceptación social del aborto, por citar algunos de los elementos más
evidentes.
Esta intensa secularización real convive con una
importancia formal de la religión en la vida pública: la reina sigue siendo la
cabeza de la Iglesia de Inglaterra, los obispos anglicanos son pares en la
Cámara de los Lores y las iglesias nacionales escandinavas mantienen una
presencia no desdeñable en sus países: quienes se bautizan y se casan (aunque
ya más de la mitad de los nacimientos provienen de parejas no casadas) lo suelen
hacer en las iglesias estatales. No obstante, esta presencia pública va
perdiendo terreno al mismo tiempo que el número de practicantes desciende: en
Inglaterra los casi un millón de anglicanos practicantes actuales van
reduciéndose día a día, en Suecia sólo el 4% de los luteranos frecuentan la
iglesia y en Noruega y Finlandia este porcentaje se sitúa por debajo del 2%.
Por el contrario, la Iglesia católica está mostrando
esperanzadores síntomas de vitalidad en aquellos lugares, tanto que algunos
incluso hablan de un mini-renacimiento católico. En el Reino Unido ya hay más
católicos que anglicanos practicantes y en los países escandinavos son un 3% de
la población. Uno de los elementos que han influido es, sin duda, la emigración
proveniente de los antiguos países comunistas: Polonia (2,2 millones de polacos
han emigrado durante la última década), Eslovaquia, Croacia y Lituania.
Si la llegada de inmigrantes católicos ha ayudado a
revitalizar la Iglesia católica en el Reino Unido y Escandinavia, no es menos
cierto que la población local también muestra signos de vitalidad, algo muy
evidente si atendemos, por ejemplo, al creciente número de seminaristas
católicos en Gran Bretaña. Tendencia que, aunque en menor escala, se repite en
los países escandinavos. En Suecia, con 103.000 católicos, hay diecisiete
seminaristas, un porcentaje nada desdeñable.
Pero estos signos de vitalidad no se limitan a los
seminarios. La visita de las reliquias de santa Teresita a Gran Bretaña fue
seguida por numerosas personas, se ha creado un camino de peregrinación en honor
a Juan Pablo II en Inglaterra y las estadísticas del número de confesiones (con
todas las reservas que conllevan este tipo de estadísticas) parecen indicar un
considerable crecimiento.
La labor de los movimientos también es importante. En
Dinamarca, un país con solo cuarenta mil católicos, hay 18 seminaristas
neocatecumenales, mientras que en Finlandia, con 10.500 católicos, esta cifra
asciende a quince. Otro tanto pasa con la vida religiosa, que está
experimentando un resurgir, especialmente entre las órdenes contemplativas: en
los países escandinavos ya hay 680 monjas, en una proporción de una por cada 880
católicos (en Estados Unidos, por ejemplo, la proporción es de una por cada
1.400). Tampoco podemos olvidar el Ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham,
erigido por Benedicto XVI en 2009 para dar encaje a los anglicanos que querían
volver a la plena comunión con Roma, o a la reciente conversión al catolicismo
del famoso pastor sueco Ulf Ekman junto a su esposa (Ekman ha declarado que el
Catecismo de la Iglesia católica es el mejor libro que ha leído en su vida).
Los católicos en el norte de Europa aún son
minoritarios, pero están demostrando una vitalidad que contrasta con unas
iglesias nacionales, que forman parte del Estado, y que abandonan de forma cada
vez más abierta las enseñanzas de Cristo para plegarse a lo que ese Estado
dictamina que es lo políticamente correcto. Como recordaba recientemente un
analista, el hecho de que la «obispo» luterana de Estocolmo sea una reconocida
lesbiana practicante ejemplifica a la perfección la deriva de las iglesias
protestantes estatales. El catolicismo, por el contrario, lleva ya muchos siglos
desafiando las imposiciones de los gobernantes de turno y proclamando libremente
el Evangelio.
Jorge Soley Climent